viernes, 10 de noviembre de 2017

Estación Errada




Hace unas semanas estaba viajando a través de la línea 1 del Metro de Caracas. Cuando el tren llegó a Plaza Venezuela, una señora, a quien llamaré Doña Lucía para los efectos dramáticos de mi historia, se levanta de su asiento y pregunta: “¿Esto no es Sabana Grande?”. Todos a su alrededor voltean y un señor le dice: “No, señora, es que lo que dice el operador está mal, viene desfasado”. Bueno, la doñita se bajó en Colegio de Ingenieros para tomar el tren de regreso. Si estás perdido, el mapa de mi ilustración te sirve para entender mejor. Lo que asumo pasó fue que en un punto, activaron el sistema de anuncios en la estación incorrecta, de manera que la estación que anunciaban era la anterior, la que ya habían pasado.





Mientras pensaba sobre qué te escribiría hoy, día de mi cumpleaños número 35, me recordé de este episodio. Verás, el deseo más grande de mi vida ha sido el mismo desde mis doce años: estar en el lugar que Dios determinó para mí. Mientras que el temor más grande es lo opuesto: pasarme la estación y llegar a un sitio no destinado. La cosa es cómo saberlo. Es decir, cómo saber que no estás en la estación errada, cómo saber que la ruta tomada me lleva al destino divino, y que si llegase a equivocarme podría bajarme del tren y tomar el otro que va dirección Palo Verde. O incluso cambiar a otra línea de ser necesario. De manera que estuve analizando todo el episodio para extraer unas lecciones.


Lo primero que veo es que Doña Lucía sabía a dónde iba. Si bien se equivocó, ella tenía un destino establecido. No se montó en el tren para pasear e ir a la ventura. Eso es importantísimo. Si sé a dónde voy, pues podré hacer planes claros y tendré en mente un destino final. Siempre recuerdo la ilustración de un pastor que tuve que hablaba de un piloto que saludaba  a sus pasajeros y les decía que no sabía exactamente a dónde aterrizarían ni cuánto tiempo tardarían en llegar a su parada final. Es una cosa sin sentido, pero cabe preguntar: ¿Sabes a dónde vas? ¿Sabes en cuál estación tienes que bajarte? Si sabes eso, sabes a dónde no debes pararte. La mujer del flujo de sangre de las que nos hablan Marcos y Lucas tenía una sola cosa en mente: tocar el manto de Jesús. No había otra alternativa para ella.





Ahora bien, el error que cometió Doña Lucía es lo que para mí constituye la lección número dos. Ella se guió por factores externos y no tuvo la perspicacia de llevar ella misma su cuenta. Se confió en la voz del sistema operador. Dándole aplicación inmediata al asunto, es bueno revisar qué “voces” son nuestra guía. Sabiendo a dónde vamos, podemos con contundencia descartar toda influencia que nos aleja de nuestro destino. Y retomando el caso de la señora con la regla vitalicia, veo en ella una determinación que venció los estereotipos,  las convenciones sociales, y hasta las leyes. No estoy motivándote a ser un forajido, de eso ya tenemos suficientes. Sólo creo que es vital que identifiques qué y/o quiénes te indican el camino, y hasta dónde eso comulga con lo que tú ya te has fijado como meta. No todo el que va contigo va hacia el mismo lado, y no tiene por qué hacerlo, así como tú tampoco debes ir a dónde va.


En este punto cabe la pregunta: ¿Ella era parte de tu destino? Pues a eso debo decir que definitivamente sí. Ella fue el instrumento de Dios para montarme en el tren que me llevará a la estación que Él ha destinado para mí. Es que no te he dicho lo más importante de todo esto. Sé que sonará extremo y fanático, pero en realidad no me importa que me veas así. Si quieres estar en el lugar que Dios destinó para ti, necesitas dejar que Él te lleve. Simple y complejo a la vez. “Carolina, pero ¿qué hay de mi libre albedrío?” Sigue estando allí, es tuyo tuyito, pero tienes la opción de entregarlo y rendirlo a los pies del Creador.






La verdad es que a esta edad ya no recuerdo cuántas veces he pedido a Dios hacer su voluntad en mi vida, y en ocasiones me ha sorprendido con el ácido de un limón, pero luego entiendo que me está enseñando las bondades del papelón. Estoy profundamente agradecida a Él por amarme y guiarme. Sigue siendo mi más grande deseo nunca errar de estación.

viernes, 3 de noviembre de 2017

Bolsas Plásticas


Hace unas semanas estuve en la jungla para el control oftalmológico de Ella. Déjenme decirle que la chama está progresando significativamente de la vista, gracias a Dios. Sin embargo, saliendo de la consulta, la nena se ha dado una gran vomitada. Sí, lo sé, suena asqueroso. Peor es vivirlo. Pero no es del vómito de lo que voy a hablar.

Quien te escribe siempre carga una o más bolsas plásticas encima. Nunca boto las bolsas, tengo un estricto sistema de clasificación para ellas, lo que es un motivo de chanzas constantes de mi esposo. Tener bolsas es una costumbre que ha pasado de generación en generación entre las mujeres de mi familia. Sin embargo, como la vida sin eventualidades no es vida, ¿qué crees? Pues no llevé bolsas. Y no quiero darte detalles, pero fue desagradable. En cuestión de segundos estaba cuestionándome cómo es que yo, la siempre prevenida carga bolsas no tenía una sola. ¿Qué rayos pasó? ¿Cómo puedo ir a Caracas y no irme debidamente preparada?


De regreso pensé que así nos pasa con esas cosas intangibles. Siempre sonríes, pero el día que necesitabas tu tren delantero le gruñiste a la cajera que pidió ¡Clave!durante seis ocasiones seguidas. La lección que aprendí en es que nunca podemos dar nada por sentado. Asumí que como siempre cargo un montón de bolsas, pues tenía. Y creo que así sucede cuando por ejemplo crees que tienes todo bajo control, pero a la hora de la chiquita reaccionas contrariamente a tu naturaleza, porque no estabas realmente preparado, o porque lo que creías tener, no estaba. Fue allí cuando concatené con una premisa que se ha convertido en un recordatorio de mi humanidad; el gran Apóstol Pablo lo escribió en una de sus cartas a los Corintios: “el que crea que está firme, mire que no caiga”.



Lee bien. No es el que está firme, sino el que cree estarlo. No quiere decir esto que tengo que estar firme, sino que tengo que tener consciencia de mi condición vulnerable. Eso que  he tenido siempre, me puede faltar. Puedo estar firme, pero es mejor que no crea estarlo, y esté muy pendiente que las cosas pueden salir mal por mi propio descuido. No dar nada por sentado es tener la madurez para reconocer que en la vida las cosas cambian, y que nuestro corazón nos puede engañar. Eso que siempre has creído tener puede no estar preciso cuando lo necesitas y allí se pone a prueba cómo reaccionarás. Esa reacción puede marcar el curso de los acontecimientos.


La pregunta es ¿por qué no va estar? Pues, porque no lo cargas contigo. A lo largo del camino vamos soltando las cosas, y no nos damos cuenta que ya no están. A mí se me acabaron las bolsas y no me percaté, porque no le presté atención al asunto. Podemos quedarnos sin cosas y no darnos cuenta: una amistad, un buen hábito, la salud, y un montón de cosas más que no puedes ver de manera concreta, pero que representan un activo en tu vida. Esos elementos que siempre han sido tuyos, pero que por algún motivo no has tenido la diligencia en cuidar últimamente. Revisa el morral de tu vida, y si no están, vaya y búsquelos. Si siempre lo has cargado, algo bueno deben tener.


En una cultura que nos impulsa a la negligencia hacia lo valioso, necesitamos ser personas comprometidas a llevar una vida de autoanálisis, en la que buscar ser siempre mejor sea un estilo de comportamiento. Allí hay una ración de papelón para el limón de un mundo mediocre. Sin embargo, la manera más eficiente de empezar a hacerlo es incorporando a tu vida Mi Ingrediente Secreto.

viernes, 8 de septiembre de 2017

Creyón Blanco





Hace unos días estábamos en la iglesia, y mi hijo C.J quería colorear. Él no tiene los tres años aún, de manera que hay algunos conceptos que no entiende bien del todo. Agarró los creyones y empezó a hacer rayas de distintos colores, pero cuando trató de usar el creyón blanco se ofuscó muchísimo al ver que por más que “rayaba”, nada pasaba. Le ofrecí todos los otros 64 colores, pero él quería ese. No he dejado de pensar en el episodio desde entonces. Me identifiqué con él, porque he experimentado ese tipo de frustración. 


La frustración es un sentimiento muy dañino, porque te quita las ganas de esforzarte. Yo peleo contra él todo el tiempo. Le meto el pecho a algo y el resultado es decepcionante. Sí, me pasa. Las  cosas no salen como yo quiero, o como esperaba. A veces, ni siquiera salen. Pero me he dado cuenta que cuando me frustro se desencadena una serie de pasiones no saludables, y si no soy cuidadosa puedo perder la perspectiva y terminar encerrada en un círculo vicioso y amargo. Aquí no te quiero decir cómo no frustrarte, sino cómo puedes actuar cuando te frustras. Recuerda que sólo te ofrezco un consejo, no soy gurú, ni coach de vida, y tampoco me las sé todas más una.




Lo primero que yo hago cuando me frustro es detenerme. El primer lugar en el que se anida la frustración es en tu cabeza. Cuando permites en tu mente pensamientos de incapacidad y desesperanza, tu frustración comienza a inflarse. Así que cuando viene el deseo de sentarse a amapuchar tu frustración, haz un alto y baja la Santamaría, no dejes que se instale en torre de control. Si no lo haces, habrás caído muy bajo para cuando te des cuenta que estás mal. Espabílate y detente.



Lo segundo que hago para salir del ciclo de la frustración es reconocer. ¿Reconocer qué? Pues reconocer mi estatus, reconocer qué recursos utilicé, hacer inventario de daños y ver qué hay. En esas a veces me doy cuenta que el creyón no era tan blanco después de todo, o que no es que el creyón era blanco, si no que no tenía punta. Allí también reconozco mi humanidad. Te he contado que mi complejo de súper mamá latina me joroba de vez en cuando. Reconocer también te enseña qué camino no tomar nuevamente, y te lleva a perdonarte.



Lo tercero que hago cuando quiero sacudirme la frustración es empezar nuevamente. Eso implica casi siempre planear sobre el resultado inesperado. No es abandonar tus metas, no es renunciar a tus sueños, es tomar otros senderos para llegar a ellos. Yo no planifiqué que Ella tuviera una condición especial, pero la vida me premió y me dio el privilegio de cuidarla. Ella es un recordatorio constante de que no podemos dejar a la frustración ganar. Su capacidad de lucha prueba que los seres humanos estamos diseñados para triunfar, y que el primer lugar en donde lo hacemos es en el departamento de las actitudes.






Así que, no te diré que no te frustres. Eres humano, y es normal. Lo que no te recomiendo de ninguna manera es que dejes que la frustración te tumbe en la lona y te robe las ganas de luchar. Es mejor fracasar intentando que menguar de negligencia. Y si en algún momento consideras echarte a morir de frustración ve hacia los lados, allí están tus chamos, allí están tus sueños, allí está un futuro por el que pelear. ¿No tienes fuerza? Pues, no dejaré de ofrecerte mi Ingrediente Secreto. Ya esta vida tiene suficientes limones para que le agregues más.


viernes, 14 de julio de 2017

Crecimiento y Dolor




Aparte de la locura nacional, estoy atravesando en este momento por lo que llamo un valle. Atravieso el valle con una pesada carga. Al mismo tiempo, estoy experimentando grandes alegrías por los avances de Ella. Mejora cada día más. Se pone traviesa, explora más, está más alerta, más parlanchina.


En los últimos días hemos tenido que pasar por procesos de ruptura de diferente índole, y todos implican cambios y crecimiento. Estuve recordando cómo me sentía cuando empecé a vivir la pubertad, y le pregunté a mi esposo cómo fue para él, porque la experiencia es distinta para hombres y mujeres, pero para ambos es dolorosa. Sin embargo, esa transformación tiene un efecto positivo, y significa moverse a otra etapa.



¿Recuerdas cuando comenzaron a crecerte los senos? Era un dolor espantoso. Si eres hombre, no puedes hacerlo, pero quizá sí recuerdes perder tus pantalones en cuestión de semanas. Mi esposo mide más de 1,80 y dice que cuando se estaba desarrollando tenía mucho dolor en las piernas. No hablemos del acné, los gallos, la inestabilidad emocional y la falta de identificación con un grupo: odias a los niños, odias a los jóvenes, odias a tus padres, y odias la vida.  Pero al pasar el tiempo te das cuenta que no eres el mismo, cambian tus intereses y perspectivas. Es decir, creces.




Veo a Ella y a su hermano y me veo en el espejo. Tengo más canas y también más sabiduría, y aunque no estoy al punto de decepción del gran Salomón, sí entiendo que en esta vida todo pasa, el tiempo vuela, las etapas deben vivirse al máximo, porque como dicen por ahí: no volverán. Y eso, reconozco que me duele, pero también me hace reflexionar que si este maluco valle es irrepetible, pues me hará crecer como lo han hecho todos los demás.


Crecer duele porque sales de tu zona de confort y te aventuras a lo desconocido. Crecer duele porque tienes que desprenderte de conceptos y formas de hacer las cosas para adaptarte al nuevo tiempo. Crecer duele porque siempre es más satisfactorio tener la certeza del destino, que lanzarte a la incertidumbre. Crecer duele porque a veces ese crecimiento es producto de un guamazo inesperado. Crecer duele porque implica desapegarse a los planes propios y ajustarse a los que la vida te impone.  Y a veces, el dolor lo produce la vida misma, a quien le impones tus planes después de pelearte con ella.





Sin embargo, el fruto que produce el crecimiento es mucho más valioso y enriquecedor que la terrible experiencia. Cuando creces descubres tu potencial, expandes tus horizontes y es difícil involucionar si realmente creces. Aquí, en este valle me chupo un limón, pero sé que de estas cosas conseguiré un papelón, de ese con el que también haces besos de coco. No me resigno a pasarla mal, sólo porque me duela. He aprendido a sonreír  cuando duele. Sigo aprendiendo a hacer papelón con limón. 

jueves, 22 de junio de 2017

Feo pa' la Foto



Los que vivimos en Venezuela estamos atravesamos un difícil momento. Estamos en una guerra atípica, pero guerra al fin. Hay confusión, muerte y daños colaterales. Mientras todo está agitado, la vida sigue transcurriendo, también con sus agites, y las aflicciones se han incrementado, porque aparte de nuestras penas particulares, hay una pena nacional que se entrelaza y complica la existencia y la cotidianidad. Tengo muchas semanas sin ir a la jungla caraqueña, y creo que no hay necesidad de explicar razones.

Los papás especiales hablamos de lo mismo: el medicamento que no hallamos, la cita médica que perdimos, el doctor que se fue del país, los trapos que usamos en lugar de pañales, el alimento de la dieta del chamo que se quintuplicó en precio y otras cosas más traumáticas.  Nuestra presión diaria se ha incrementado, y como decimos aquí, estamos feos pa’ la foto. La situación de otros no es mejor, porque todos, sin excepción (incluso los que dicen que no pasa nada) estamos en oprobio.

Sin embargo, a mis más de 30 años te puedo decir que una de las lecciones que me ha dado la vida es que la dificultad ejercita ciertos músculos emocionales, y nos hace fuertes cada vez más. La Carolina de hoy tiene más temple que la de 2012, porque esta senda limonada me ha permitido someterme a un entrenamiento constante que me proporciona fortaleza para enfrentar con templanza el mal rato. ¡Ojo! No quiere decir esto que no haya nada que me quiebre, sólo que tengo un músculo emocional desarrollado. En ese contexto quiero darte tres consejos en esta crisis en medio de la crisis:

1.  Cuida lo que piensas. La mente es el centro de actividad más importante de tu cuerpo. En ella se rige el destino de tus acciones. Es fácil ahorita tener pensamientos de temor, pesimismo, negatividad, depresión, odio y venganza. No te lo permitas. Nadie es víctima de su mente a no ser que se lo así lo quiera. Tú decides qué pensar y qué no. Todo tu funcionamiento corporal cambia cuando eliges pensar bien.



2. Mantén tus convicciones. En tiempos de guerra los límites se vuelven borrosos. Es fácil ceder a hacer cosas incorrectas o inapropiadas cuando nos vemos en aprietos. Pero, no olvides que todo lo que hacemos deja una huella, y todo tiene consecuencias. En el calor del momento, por el impulso de lo colectivo o simplemente porque crees que te puedes salir con la tuya haces algo que contradice tu código, y aunque lo justifiques, no habrá excusas que te excluyan de los resultados de tus acciones.



3. Recuerda que todo es pasajero. Estos malos ratos van a pasar. Quizá tengan que venir peores ratos antes de que pasen, pero no serán para siempre. No hay mal que dure cien años, no todo es una desgracia y no hay motivos para creer que las cosas van a salir mal. Aún en medio de las cosas malas, florecen otras buenas. La Segunda Guerra Mundial fue el escenario perfecto para los avances tecnológicos que gozamos hoy día, eso para darte un ejemplo.


Así que, si como yo, estás feo pa’ la foto, no dejes de esperar lo mejor. Asume la mejor actitud ante esto, porque no tiene caso amargarte. El limón de esta crisis se suaviza con el papelón del optimismo. Yo particularmente he decidido no dejar que mis emociones y voluntad estén dominadas por los factores externos, sino que mi Ingrediente Secreto ha sido la clave para terminar cada día airosa, confiada en que todo obrará para bien.

viernes, 2 de junio de 2017

Sensación de Incapacidad




Como te dije en mi último post, una manera de resumir la paternidad en pocas palabras, es ser nuevo en algo todos los días. Ser nuevo implica que no sabes cómo lo estás haciendo, y que vas a embarrarla. La paternidad es un rol complejo, la paternidad de un niño con necesidades especiales es más compleja todavía. Ves a tu alrededor, te ves a ti en el espejo y te aduces algo. Es así. Y, si tienes una tendencia al perfeccionismo, como esta servidora, pues, siempre hay una sensación de incapacidad. Esas son las cosas que producen la culpa autoechada.  


Sin embargo, estoy convencida que todos tenemos lo que se necesita para abordar la tarea que se nos encomendó. Eso aplica para la mamá de cuatro que está embarazada, para la mamá de uno que vale por cuatro, para la mamá de uno de 14 que parece haber comido cuatro monstruos con desórdenes hormonales, o para la mamá de Ella. En esta tierra, luego que Adán comió del fruto (que por cierto, no sabemos a ciencia cierta si era una manzana) esta humanidad caída se apartó de la perfección, y todo lleva el sello de esa condición. Lo que hacemos es buscar de dar lo mejor posible para prevenir daños colaterales.


Así que enlazando esto con lo anterior, quiero decirte dos cosas más que te pueden ayudar a superar esa culpa autoechada:


3. Hay cosas que no dependen de ti. Estoy aprendiendo esta. Hay que recordar que la vida pasa, lo inesperado sucede, y porque es inesperado, no tenemos el control sobre ello. Hay un rango de acción que te pertenece, y hay otro que no. Te cuento un ejemplo. Mi hija Ella está dando avances a pasos agigantados este año, ya empezó a caminar con asistencia, y está fascinada con el asunto. Su actitud es: ¿Cómo que no había hecho esto antes? Pero, por otra parte, Ella te he dicho en otras ocasiones que es un murciélago en cuanto a sonidos se refiere, y eso la hace hipersensible a ciertos sonidos y ruidos, como el vallenato, para mencionar uno. En el momento que escucha cualquier cosa a su parecer desagradable, llora de manera incontrolable, y el llanto es bastante evidente. Ahora que lo pienso, quizá deba hablar con mi vecina, para que no crea que maltrato a la niña.

Puedo tratar de controlar algunos estímulos para no hacerla llorar todo el día, pero, si venimos en una camioneta de pasajeros, la chama va a llorar al escuchar la primera trompeta de Los Adolescent’s. El chofer puede cambiarlo a Tito Rojas, y llorará más todavía. La salsa no es de su preferencia, y ella muestra desagrado con llanto. No depende de mí ese mal rato. Me siento mal por Ella, pero tiene que desensibilizarse, me siento mal por los pasajeros, quienes si fueran escuchando un rock pesado o una guitarra española, no tendrían que escuchar la sirena de ambulancia que trae Ella. Nada de eso depende de mí, y me ha tocado aprender a lidiar con esas situaciones en grande y pequeña escala.



4. Es necesario saber perdonarse. Te he mencionado la importancia del perdón en otras publicaciones. El auto perdón no es ser indulgente contigo mismo, pero sí comprender que eres una persona de carne y hueso, aceptarlo y estar bien con ello. Recuerdo hace unos años que tratábamos de darle un atol a Ella y cuando vimos tanto rechazo, luego de haberle insistido múltiples ocasiones, nos dimos cuenta que estaba dañado. El calor tropical aragüeño lo había descompuesto. “Hija, perdónanos”, le dijimos. Queriendo hacer un bien, estábamos haciendo mal, sin darnos cuenta. Luego, nos tuvimos que perdonar a nosotros mismos.


 Hace un par de años no se dejaba los lentes puestos de ninguna manera. Empezó a quitárselos a cada rato. Te cuento que Ella usa lentes externos desde los 8 meses de edad y se acostumbró a ellos, en mi opinión, porque su cerebro sabe que sus ojos funcionan mejor así. Pero de un día para otro comenzó a quitárselos y no había forma que se los dejara puesto. Cuando el doctor la revisó, me dijo: “Esta fórmula ya no le sirve. No ve bien, por eso no se los deja”. Nosotros estábamos angustiados porque no veía bien, y sí, no veía bien, pero el problema era precisamente los lentes.


Todos le hemos hecho daño a nuestros hijos, casi siempre sin querer. Nuestros padres nos hicieron daño también. Esas cosas que les hemos hecho a nuestros hijos por ignorancia, falta de madurez, tomar el consejo equivocado, o simplemente el calor del momento, y que quizá han traído consecuencias a plazo, debemos aprender a perdonarlas. Insisto, salvo algunas excepciones, nadie planifica dañar la vida de su hijo.


Con esto quiero decirte que no dejes que la culpa te carcoma. No hay sentido en encerrarte en un círculo de malestar constante. La culpa es como una garrapata quitándote fuerza vital que puedes imprimirle a un proyecto más valioso. Eso no significa que nos escurramos los bultos de la vida, sólo que si queremos avanzar, necesitamos hacer como dijo mi escritor favorito del mundo mundial, el gran Apóstol Pablo: “Dejando lo que queda atrás, me extiendo a lo que está adelante…”





La aceptación de las cosas que no puedes cambiar es un papelón que administrar a nuestra vida limonada. Siempre que la incluyas como una política, te ayudará a sobrellevar mejor las cargas que nuestra condición humana nos impone. Sin embargo, para que esa condición humana se optimice, es primordial que utilices Mi IngredienteSecreto.

viernes, 31 de marzo de 2017

Culpa Autoechada




Prometí escribir al respecto. Es un tema extenso, y es posible que no lo cubra todo en este post.  Con algunas excepciones del Reino Animal,  los  padres siempre queremos lo mejor para nuestros hijos, pero en algunas ocasiones no lo logramos.  Eso, mi querido lector,  causa algo que yo he denominado culpa autoechada. ¿A qué me refiero?  Hablo de esas cosas sobre las que no tenemos control en absoluto y que causan malestar o daño a nuestros hijos. Esas cosas de las que nos hacemos responsables,  por las dudas. Siempre tiene que haber un culpable,  y bueno, a veces terminamos señalándonos a nosotros mismos al no hallar explicación.


En estos días filosofaba acerca del oficio de la maternidad, y concluí que ser padre es como ser nuevo en algo todos los días de tu vida. No sabes si la estás embarrando o lo estás haciendo bien. Y bueno, como las mamás, en especial las latinas, tenemos una alta predisposición a tomar el control de todo, pues, lo más natural es que la culpa de todo también sea nuestra, ¿no es así? Pero la verdad es que no todo está en nuestras manos, y no somos responsables del Cosmos, por muy súper mamás que nos creamos. Y esto, también va con los papás, por supuesto. Por eso quiero hablarte sobre la mala maña de echarnos la culpa.



Quiero decir que en muchas ocasiones somos sumamente duras con nosotras mismas por no ser la mamá perfecta que todos te dicen que debes ser. Sí, todos te lo dicen. Si bien, no con palabras, tu mamá, tú tía, tu abuela, tu suegra, tu cuñada, tu vecina, todos esperan de ti que tu hijo ande pulcro, no se enferme nunca y además sea gordito. A mí, por ejemplo, me preguntan si yo sabía que Ella tenía una condición especial antes que naciera. Aparte de tener que explicar que un accidente perinatal se llama así porque sucede durante el nacimiento,  me pregunto, ¿qué si hubiese sabido que iba a  tener una lesión cerebral?  Supongamos que no es una lesión, sino una condición genética, ¿cuál es mi responsabilidad al respecto?  ¿Qué padre planifica con su hijo en vientre las muchas sesiones de terapia a las que tendrá que llevarlo? Así que vamos a discutir sólo dos principios importantes para superar la culpa. Los demás te los debo para las próximas entregas.

No tenemos respuesta a todo. Eso quiere decir que mi condición humana me limita a eso, a hacer cosas humanas. Las mamás estamos limitadas porque estamos en una cosa de ensayo y error, no todos los hijos son iguales, así como no todos los días son iguales, así como los tiempos cambian. Y no podemos lograrlo todo. Lo que pasa es que en nuestro afán de que nuestros chamos no tengan siquiera lagañas, asumimos la vida maternal como la tarea más extra humana posible. Si bien, siempre requiere el esfuerzo extra, no significa ello que vas a hacerlo perfecto. No podrás, no podré. Es así. De manera que toca entender que toca hacer siempre lo mejor posible, apuntando a las estrellas, aunque le demos a la luna.

Comparar es lo peor que puedes hacer. Y es lo que hacemos con frecuencia. Vas a la casa de una señora (tía, abuela, prima, amiga, vecina) y la ves perfecta, mientras la tuya es un campo de batalla. Sí, a mi me pasa. Resulta que entre llevar a Ella a las terapias, cocinar y trabajar, la vida se me va en las cosas básicas, y a veces no tengo el tiempo limpiar la nevera o arreglarme las uñas. ¡Y bien por aquellas cuyas casas están de punta en blanco! Hubo un tiempo en el que yo podía dedicar mucho tiempo a eso, pero mi atención ahora está repartida en otras cosas que son también importantes. Ves al niño en el supermercado tan bien portado, mientras el tuyo está atravesando esa etapa de adolescencia temprana en la que parece haberse tragado a The Hulk.  Te tengo dos cosas que decir al respecto: nadie (absolutamente nadie) es perfecto y lo otro es que no puedes ponerte a los demás como meta, la meta tiene que ser siempre un mejor tú mismo.



Esta semana, trata de pensar en estas dos ideas: no eres Enciclopedia Británica, y no puedes usar a los otros de medida. Una de las cosas que nos hace libre de la culpa es la certeza de saber quiénes somos y por qué hacemos lo que hacemos. Y sí, sí hay que dar explicaciones, pero Al de Arriba.


La próxima semana te daré otros consejos acerca de superar las culpas maternales. Mientras tanto, no olvides que la vida está llena de dulce y de ácido, y eso es aplicable a todas sus áreas, siendo una de ellas la vida familiar. La vida es papelón con limón. 

viernes, 24 de febrero de 2017

Juguete Nuevo





¿Recuerdas cuando recibías un juguete nuevo? El mundo entero desparecía. Yo lo experimenté muchas veces. No dejaba de admirar la muñeca de cabellera espectacular y vestido con brillantes. Los niños recibían carritos cuyas pilas duraban más o menos hasta mediados de enero, pero para aquel entonces reponerlas no era conflicto. La vida se iba en cámara lenta mientras disfrutábamos la más reciente bendición. Sin embargo, ya a mediados de año la muñeca desnuda, con el cabello como una estopa estaba atrapada debajo del cojín del sofá, y podía durar días allí. Y se escuchaba a los adultos de la casa decir: “No vale la pena. Los muchachos se aburren y quieren otra cosa”. Me pregunto cuántas veces actuamos así con los regalos de la vida. En el momento que los recibimos nos emocionamos, pero luego nos fastidiamos y los olvidamos.

Seamos niños o adultos, la tendencia a la insatisfacción es algo ligado a nuestra humanidad. Como soy humana no te digo esto desde la barrera como observando, he caído en ella de vez en cuando. Mi hija con necesidades especiales ha llegado muy lejos desde que comenzamos este camino hace 5 años y medio; pero a veces quiero más, quiero otras cosas, y aunque no se las exijo, en mi corazón se han armado “tarantines” de protesta. No obstante, esto del juguete nuevo ha sido algo en lo que tengo unos días meditando. Sí, es verdad, a mi nena le falta mucho por alcanzar, pero le falta menos que lo que le faltaba el año pasado, porque gracias a Dios, contrario a otros niños con su condición, ella no me ha involucionado. Cuando pensamos que lo que tenemos no es suficiente, toca inventariar las bendiciones.




Pasaba que cuando iba a otra casa, o mis amiguitas traían al colegio sus muñecas, me picaba el mosquito de la codicia. De repente mis muñecas eran feas, o chimbas, o aburridas. (Nota adicional: yo nunca llevé las mías ni a una casa ajena ni al colegio, pues mi mamá no me dejaba, y como yo creía que ella era omnipresente nunca se me ocurrió desafiar la medida).  Recuerdo también que la mejor manera de motivarme a usar mis muñecas de siempre era cuidándolas. Las bañaba, les lavaba la ropa, y las usaba con más frecuencia. Quizá esa sea la clave a aplicar. Espero que a este punto la alegoría sea más que clara. Es posible que la insatisfacción sea producto de no ver el vaso medio lleno.


 Haz tu lista, cuenta y ve que quizá tengas días, meses o años sin juguetes nuevos; pero estoy segura que aún tienes juguetes. Siempre hay motivos para estar agradecidos, ¡siempre hay algo! Eso que cuando llegó fue tu juguete nuevo y causó deleite debe seguir siendo motivo para agradecer. Tenga un día, un mes, un año o diez, nuestras bendiciones deben ser apreciadas por igual. Mira a tu alrededor, mírate en un espejo y en la mañana al abrir tus ojos, agradece. Ese día que empieza es tu juguete nuevo: es la oportunidad perfecta para hacer algo distinto; y tú y yo sabemos que en este país no podemos tomar por sentado un nuevo día.



La limonada de la insatisfacción por la rutina se endulza con el papelón del agradecimiento de lo obvio. Eso que es tan natural para ti poseer, en realidad no lo es, porque todo es un milagro providencial. Creas o no en Dios, de Él proviene todo, y Él elige dárnoslo. De allí que nos propongamos siempre a hacer un buen guarapo partiendo del limón del mal rato. Haz papelón con limón.

viernes, 3 de febrero de 2017

Querida Mamá Típica



Hace tiempo que quería escribirte. Te observo con frecuencia y necesito decirte algunas cosas. No lo tomes como regaño, pero si te sientes mal con lo que te voy a decir, en serio, discúlpame. Esta semana escuché una conferencia en la que decían que la maternidad es desvío del egoísmo. Es decir, te toca despojarte de tu ego y darle prioridad a las necesidades de otro ser. En esta cultura matriarcal puede tener mucho sentido, pero en los últimos años con un auge desmesurado por el culto al yo, a la “belleza” femenina, y el desdén a los roles de nutrir y cuidar un hogar, observo con preocupación cómo cedes tus principios dando a entender que tus hijos son un fastidio.



Te cuento algo. Los padres especiales fuimos privilegiados con la oportunidad de cuidar de un ser extraordinario, pero los padres típicos, tienen el mismo privilegio. ¿Sabes por qué? Porque todos los seres humanos lo somos. Si bien tu hijo no tiene ninguna condición (¡gracias a Dios!) eso no significa que no haya algo especial en él. Aún así te escucho quejarte porque se ensucia mucho, o porque es muy inquieto, y no te deja tomar tus siestas.  No mides la fuerza, y le pegas al chamo como sea, o por lo que sea, porque “te tiene obstinada”. Te he visto ignorarlo cuando quiere mostrarse sus logros. Te observo tirarlo a ver televisión o jugar video juegos por horas, y no participar de ello siquiera. En caso que se te haya olvidado: un día tus hijos crecerán. La niñez es una puerta que una vez cerrada, no vuelve a abrirse.



Recuerdo como si fuera ayer cuando supe que sería madre por primera vez. Y ya mi hija tendrá seis años en algunas semanas. ¿Cómo pasó el tiempo tan rápido? Pues pasó. Su hermanito ya tiene dos años. Y en poco tiempo las locuras de esta época: el ropero, los juguetes, las diligencias aquí y allá habrán quedado atrás, para ser sustituidas por otras cosas, porque una vez que eres madre, lo serás para siempre. La única manera que no estés cansada, es que tus hijos estén a cargo de otro. Pero para tener una familia, hay un precio que pagar. Ese precio que muchas han querido pagar, y que por alguna inexplicable razón no han podido. Piénsalo.



Te voy a dar la clave para que halles contentamiento en el cansancio de la maternidad: no des nada por sentado. Los que tenemos hijos especiales podemos durar meses o años para ver a nuestro hijo lograr algo que tu hijo hizo en meses. Algunos no podrán verlo nunca. ¿A tu hijo le gustan los caramelos? Mi hija no tolera texturas duras en su boca. No te quiero decir con esto que le des toda la bolsa de dulces, sólo quiero hacerte saber que hay mayores dificultades. ¿Tu hijo sale de la escuela como si hubiese ido al rally de Dakar? Pues, a veces nuestros hijos especiales nos dan trabajo con sus desechos en la ropa. Sí, perdona lo escatológico, pero quiero enfatizar mi punto.




Todo se reduce a una cuestión de actitud. Agradece la “normalidad” de tu hijo. Nosotros los padres especiales hemos aprendido a agradecer la particularidad de los nuestros. Y quizá sí, hoy estoy sermoneándote, pero no tenía de otra. Llevo tiempo preocupada por tu inconformidad. Te entiendo, no es fácil. Hay días que quieres salir corriendo, porque a nadie le enseñan a criar hijos y mucho menos en esta situación tan única. Pero es posible. Tienes todo lo que se necesita para criar a un hijo, y criarlo bien. Sólo aplica un poco de esfuerzo en este rol, que aunque no lo creas, es el más importante que ejercerás en tu vida. Y Dios, creas o no en Él, te pedirá cuentas de esta tarea que te encomendó.


No me despediré sin decirte que debes perdonarte tus errores, y debes pedirle perdón a tu hijo cuando sea necesario. El perdón es el papelón al limón de la culpa. Debes usarlo siempre, porque la culpa es un fantasma de la maternidad. De eso he prometido hablarte (¡y lo haré!). Mientras tanto, respire profundo, tome un nuevo aire y agarre su muchacho que nadie lo puede criar como usted.  




Como un dato extra, recuerda que hay un manual de paternidad infalible, disponible para todo aquel dispuesto a incorporar en su vida mi ingrediente secreto

viernes, 27 de enero de 2017

Lástima que Lastima



La mayoría de los padres hacemos el mayor esfuerzo por  ahorrarle los malos ratos a nuestros chamos. Desde que tuve a Ella en mis brazos por primera vez supe que sería su defensora número uno. No quería que tuviera si quiera lagañas. Cuando supe su diagnóstico mi mayor pena era no poder garantizar su felicidad en un mundo que no está adaptado para personas con su condición. No obstante, me tocó aprender a dejarla sufrir para su bien, porque si al ahorrarle un dolor temporal le causaba un daño a largo plazo, pues estaba actuando basada en mis emociones, dejando de lado lo correcto.


Hace unos años conocí a una mamá que me dijo que su hija de 5 años que tuvo una parálisis cerebral leve estaba empezando a caminar, pero que lo hubiese hecho antes de no ser porque ella (la mamá) no toleraba los llantos de su hija en la terapia, e interrumpía las sesiones para que no llorara más. Gracias a Dios que caminó, pero me parece que si un padre aplica esa política en la rehabilitación de su hijo con lesión cerebral, asumo que lo hace con todas las áreas de su vida, dejando que el niño elija qué hacer y qué no. Esa lástima lastima. Quiero darte dos razones por la que no debes dejarte mover por ella. Esto aprovecha para un padre especial, a un padre típico y a cualquier persona en la bolita del mundo con hijos, perros o incluso plantas.

La primera razón por la que no debes dejarte mover por la lástima es que no está motivada por el amor, sino por el egoísmo. ¿Cómo así? Pues realmente no podemos sentir el dolor del otro, sino que nos identificamos con el pesar del otro y es nuestro pesar el que nos motiva o desmotiva a actuar o dejar de hacerlo. Recuerdo que el primer oftalmólogo que vio a mi hija tuvo que hacerle un examen en el que le colocaron unos ganchos metálicos en los párpados. Aparte de lo impresionante que fue el asunto, pues sus globos oculares quedaron completamente expuestos, me tocó a mí sostenerla en mis brazos. Ella gritaba, y yo quería llorar. Pues te cuento que mediante ese examen determinamos que tenía cataratas. Sí, hay personas que nacen con cataratas.





Si me hubiese detenido por la incomodidad que le causaba eso, y otras cosas, pues mi niña no estaría dando los pasos que hoy da. Hace un par de días en terapia se sostuvo por sí sola tomada por las pantorrillas. ¿Sabes qué es eso para un niño que tiene un par de meses sentándose? Nos ha tocado respirar profundo cuando llora. Tiene que calarse sus puyazos de vez en cuando, usa lentes y férulas antiequinas, la colocamos tres veces al día en un parapodio. Todo eso y otras cosas más. Otros nenés tienen gastrotomos, dietas y deben hacer cosas que le causan dolor. Te confieso que no disfruto ver a mi hija llorar a veces, pero cuando veo cómo ese dolor de ahora puede producir un resultado agradable al cabo de un tiempo, no lo pienso dos veces.


Además de eso, hay algo que necesitamos tener en cuenta, y no te sorprenderá cuál es la segunda razón para no sentir lástima. Todo ser humano posee una excelente capacidad para manipular, y nuestros hijos especiales no son la excepción. Estoy cansada de ver a Ella ir del llanto a la risa en una bajada de breaker. También la he visto fingir sueño para evitar alguna actividad. En medio de sus limitaciones, esa niña nació con pulmones de cantante de ópera, así que su llanto tipo sirena de ambulancia puede ser interpretado como manifestación de gran dolor. Pero la conocemos. Así que ante sus actos yo le prometo darle una Orquídea (no sé si entregan ese premio aún), y seguimos. No permitiré que mi lástima le robe el futuro a mi hija.






La misma política aplico para mi hijo, aunque en distintas instancias, pues él es un niño típico.  La lástima hacia nuestros hijos es la muestra de una debilidad de carácter. He conocido adultos víctimas de la lástima de sus padres. No es justo ni necesario. Nos toca ser firmes y actuar en amor, pensando en los frutos que las semillas incómodas rinden a largo plazo. Cada persona debe aprender a hacer papelón con limón, y nuestros hijos no deben ser la excepción. Negarle a nuestros hijos las cosas que le hacen bien por lástima les va a lastimar mucho más de lo que crees. 

viernes, 20 de enero de 2017

Curvas Peligrosas



Ya te conté que vivo en el estado Aragua. Aquí tenemos unas playas espectaculares, la más famosa es la de Choroní. Para llegar allá  en tu carro debes ser valiente y/o muy verdugo del volante.  Conozco a gente que jamás ha ido, sólo por no tener el guáramo de enfrentar la travesía. Yo, como cualquier mortal tomo un bus, y bueno, a calarse el vallenato o el reaggeton correspondiente. No mareo y tampoco me da miedo, pero no te voy a decir que me duermo. Voy en el camino pensando en mi destino. Lo mismo ocurre si voy a la Colonia (Tovar). Sin embargo, esos caminos tienen sus riesgos. Lo más común es escuchar los cuentos o ver los altares que recuerdan que algo trágico pasó en cierto punto. En todo el trayecto no dejamos de ver señales que advierten que hay curvas peligrosas.




Me parece que así mismo pasa cada vez que nos proponemos hacer algo. Ahora que inicia el año estamos llenos de resoluciones y dispuestos a alcanzar metas, atravesaremos puntos que pondrán en riesgo el éxito de nuestro viaje, y por ende hipotecarnos la llegada al destino. Así que en este punto quiero que pienses en al menos tres cosas que quieres alcanzar este año. ¿Las tienes? Bien. Presta atención. El asunto no será soplar y hacer botella. Deberás estar atento a las señales del camino: hay curvas. Si pelas, al barranco vas. Si no tomas las previsiones, y te apercibes de los peligros, tus metas podrían no ser alcanzadas. A medida que nombro esas curvas, podrás identificarte, pues probablemente fuiste víctima de ellas en ocasiones anteriores:

  1. Desánimo. Te pondré un ejemplo: empieza enero y llevas tu chamo a la terapia. Pasan 3 meses y él sigue “igual”. Dejas de llevarlo, pues no ves resultados. Te desanimas, pierdes el empuje y sueltas. El desánimo se cura teniendo en mente la meta final. En Selma, la película (por cierto, si nunca has visto esta película tienes que verla), uno de los compañeros de lucha de Martin Luther King le dice algo como esto: “Con los ojos en el premio, Martin”.  No te desanimes tan fácilmente, no “arrugues” a la primera.                                                                                           
  2. Inconstancia. Prima del desánimo, la inconstancia es una enemiga del alcance de metas. Enero es el mes de comenzar dietas, carreras, cursos, relaciones y empleo. Mucha gente cede al desánimo y abandona lo que había comenzado. Luego, toma otra cosa, y el ciclo se repite. Mi hija Ella tiene casi 6 años. Recibe terapia desde los 6 meses, y hace unos 3 meses fue cuando empezó a sentarse sola. ¿Sabes por qué lo está haciendo ahorita? ¡Yo no! Ella ha sabido hacerlo todo este tiempo, pero faltaba un click, una sinapsis. El hecho es que aún con todo lo que esperé, no dejamos de hacerle su terapia, de ejercitarla y de exigirle. Creo que lo hizo porque se dio cuenta que no la dejaríamos en paz.                                                                                           
  3. Temor. El temor es la fe en que las cosas saldrán mal. Pueden salir mal, es verdad. También pueden salir bien. El temor nos paraliza y nos roba el ánimo para esforzarnos. Una fuente de temor hoy día son las redes sociales. Es increíble lo que ves y lees. Sin embargo, necesitas elegir de qué te vas a llenar, qué cosas van a alimentarte. Es muy fácil para nosotros, los padres especiales llenarnos de temor: leemos diagnósticos, investigamos un poquito y de un momento a otro se nos baja el breaker. Cuando tememos, impregnamos nuestras acciones de un hedor de imposibilidad.  Pilas con el temor.                                                                                                   
  4. Prioridades invertidas. Darle importancia a cosas que no la tienen y descuidar aquellas que sí, es un riesgo de alto grado. Esas cosas que te desenfocan y te hacen invertir un esfuerzo que no vale la pena, son peligrosas. Puedes perderte en ellas, y cuando vengas a ver estás en el abismo del despropósito, muy lejos de Choroní. Debes proponerte mantener tus esfuerzos concentrados en alcanzar esas metas que enumeraste cuando te lo pedí, ¿recuerdas? Mantener los ojos en el premio, imaginarte en Puerto Colombia, siendo golpeado por la bravura de ese mar, tiene que darte la fuerza para poner de lado las actividades y personas que te desvían.





Así que te lo digo con experiencia. Más de una vez le he deslizado y perdido el destino. Este año enfrentaremos muchas curvas peligrosas. La clave está en identificarlas en frío y saber que con la actitud correcta y sortearemos esos y otros obstáculos. Los hacedores de papelón con limón estamos claros que no hay forma fácil de obtener el galardón, pero sabemos que sí es posible, sobre todo si agregamos nuestro Ingrediente Secreto.