viernes, 8 de septiembre de 2017

Creyón Blanco





Hace unos días estábamos en la iglesia, y mi hijo C.J quería colorear. Él no tiene los tres años aún, de manera que hay algunos conceptos que no entiende bien del todo. Agarró los creyones y empezó a hacer rayas de distintos colores, pero cuando trató de usar el creyón blanco se ofuscó muchísimo al ver que por más que “rayaba”, nada pasaba. Le ofrecí todos los otros 64 colores, pero él quería ese. No he dejado de pensar en el episodio desde entonces. Me identifiqué con él, porque he experimentado ese tipo de frustración. 


La frustración es un sentimiento muy dañino, porque te quita las ganas de esforzarte. Yo peleo contra él todo el tiempo. Le meto el pecho a algo y el resultado es decepcionante. Sí, me pasa. Las  cosas no salen como yo quiero, o como esperaba. A veces, ni siquiera salen. Pero me he dado cuenta que cuando me frustro se desencadena una serie de pasiones no saludables, y si no soy cuidadosa puedo perder la perspectiva y terminar encerrada en un círculo vicioso y amargo. Aquí no te quiero decir cómo no frustrarte, sino cómo puedes actuar cuando te frustras. Recuerda que sólo te ofrezco un consejo, no soy gurú, ni coach de vida, y tampoco me las sé todas más una.




Lo primero que yo hago cuando me frustro es detenerme. El primer lugar en el que se anida la frustración es en tu cabeza. Cuando permites en tu mente pensamientos de incapacidad y desesperanza, tu frustración comienza a inflarse. Así que cuando viene el deseo de sentarse a amapuchar tu frustración, haz un alto y baja la Santamaría, no dejes que se instale en torre de control. Si no lo haces, habrás caído muy bajo para cuando te des cuenta que estás mal. Espabílate y detente.



Lo segundo que hago para salir del ciclo de la frustración es reconocer. ¿Reconocer qué? Pues reconocer mi estatus, reconocer qué recursos utilicé, hacer inventario de daños y ver qué hay. En esas a veces me doy cuenta que el creyón no era tan blanco después de todo, o que no es que el creyón era blanco, si no que no tenía punta. Allí también reconozco mi humanidad. Te he contado que mi complejo de súper mamá latina me joroba de vez en cuando. Reconocer también te enseña qué camino no tomar nuevamente, y te lleva a perdonarte.



Lo tercero que hago cuando quiero sacudirme la frustración es empezar nuevamente. Eso implica casi siempre planear sobre el resultado inesperado. No es abandonar tus metas, no es renunciar a tus sueños, es tomar otros senderos para llegar a ellos. Yo no planifiqué que Ella tuviera una condición especial, pero la vida me premió y me dio el privilegio de cuidarla. Ella es un recordatorio constante de que no podemos dejar a la frustración ganar. Su capacidad de lucha prueba que los seres humanos estamos diseñados para triunfar, y que el primer lugar en donde lo hacemos es en el departamento de las actitudes.






Así que, no te diré que no te frustres. Eres humano, y es normal. Lo que no te recomiendo de ninguna manera es que dejes que la frustración te tumbe en la lona y te robe las ganas de luchar. Es mejor fracasar intentando que menguar de negligencia. Y si en algún momento consideras echarte a morir de frustración ve hacia los lados, allí están tus chamos, allí están tus sueños, allí está un futuro por el que pelear. ¿No tienes fuerza? Pues, no dejaré de ofrecerte mi Ingrediente Secreto. Ya esta vida tiene suficientes limones para que le agregues más.


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