Aparte de la locura
nacional, estoy atravesando en este momento por lo que llamo un valle.
Atravieso el valle con una pesada carga. Al mismo tiempo, estoy experimentando
grandes alegrías por los avances de Ella. Mejora cada día más. Se pone traviesa,
explora más, está más alerta, más parlanchina.
En los últimos días
hemos tenido que pasar por procesos de ruptura de diferente índole, y
todos implican cambios y crecimiento. Estuve recordando cómo me sentía cuando
empecé a vivir la pubertad, y le pregunté a mi esposo cómo fue para él, porque
la experiencia es distinta para hombres y mujeres, pero para ambos es dolorosa.
Sin embargo, esa transformación tiene un efecto positivo, y significa moverse a
otra etapa.
¿Recuerdas cuando
comenzaron a crecerte los senos? Era un dolor espantoso. Si eres hombre, no
puedes hacerlo, pero quizá sí recuerdes perder tus pantalones en cuestión de
semanas. Mi esposo mide más de 1,80 y dice que cuando se estaba desarrollando
tenía mucho dolor en las piernas. No hablemos del acné, los gallos, la
inestabilidad emocional y la falta de identificación con un grupo: odias a los
niños, odias a los jóvenes, odias a tus padres, y odias la vida. Pero al pasar el tiempo te das cuenta que no
eres el mismo, cambian tus intereses y perspectivas. Es decir, creces.
Veo a Ella y a su
hermano y me veo en el espejo. Tengo más canas y también más sabiduría, y
aunque no estoy al punto de decepción del gran Salomón, sí entiendo que en esta
vida todo pasa, el tiempo vuela, las etapas deben vivirse al máximo, porque
como dicen por ahí: no volverán. Y eso, reconozco que me duele, pero también me
hace reflexionar que si este maluco valle es irrepetible, pues me hará crecer
como lo han hecho todos los demás.
Crecer duele porque
sales de tu zona de confort y te aventuras a lo desconocido. Crecer duele
porque tienes que desprenderte de conceptos y formas de hacer las cosas para
adaptarte al nuevo tiempo. Crecer duele porque siempre es más satisfactorio
tener la certeza del destino, que lanzarte a la incertidumbre. Crecer duele
porque a veces ese crecimiento es producto de un guamazo inesperado. Crecer
duele porque implica desapegarse a los planes propios y ajustarse a los que la
vida te impone. Y a veces, el dolor lo
produce la vida misma, a quien le impones tus planes después de pelearte con
ella.
Sin embargo, el
fruto que produce el crecimiento es mucho más valioso y enriquecedor que la
terrible experiencia. Cuando creces descubres tu potencial, expandes tus
horizontes y es difícil involucionar si realmente creces. Aquí, en este valle
me chupo un limón, pero sé que de estas cosas conseguiré un papelón, de ese con
el que también haces besos de coco. No me resigno a pasarla mal, sólo porque me
duela. He aprendido a sonreír cuando duele. Sigo aprendiendo a hacer papelón con limón.
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