Hace unas semanas estuve en la jungla para el
control oftalmológico de Ella. Déjenme decirle que la chama está progresando
significativamente de la vista, gracias a Dios. Sin embargo, saliendo de la
consulta, la nena se ha dado una gran vomitada. Sí, lo sé, suena asqueroso.
Peor es vivirlo. Pero no es del vómito de lo que voy a hablar.
Quien te escribe siempre carga una o más bolsas
plásticas encima. Nunca boto las bolsas, tengo un estricto sistema de
clasificación para ellas, lo que es un motivo de chanzas constantes de mi
esposo. Tener bolsas es una costumbre que ha pasado de generación en generación
entre las mujeres de mi familia. Sin embargo, como la vida sin eventualidades
no es vida, ¿qué crees? Pues no llevé bolsas. Y no quiero darte detalles, pero
fue desagradable. En cuestión de segundos estaba cuestionándome cómo es que yo,
la siempre prevenida carga bolsas no tenía una sola. ¿Qué rayos pasó? ¿Cómo
puedo ir a Caracas y no irme debidamente preparada?
De regreso pensé que así nos pasa con esas cosas
intangibles. Siempre sonríes, pero el día que necesitabas tu tren delantero le
gruñiste a la cajera que pidió “¡Clave!”durante seis ocasiones seguidas. La lección que
aprendí en es que nunca podemos dar nada por sentado. Asumí que como siempre
cargo un montón de bolsas, pues tenía. Y creo que así sucede cuando por ejemplo
crees que tienes todo bajo control, pero a la hora de la chiquita reaccionas
contrariamente a tu naturaleza, porque no estabas realmente preparado, o porque
lo que creías tener, no estaba. Fue allí cuando concatené con una premisa que
se ha convertido en un recordatorio de mi humanidad; el gran Apóstol Pablo lo
escribió en una de sus cartas a los Corintios: “el que crea que está firme,
mire que no caiga”.
Lee bien. No es el que está firme, sino el que cree
estarlo. No quiere decir esto que tengo que estar firme, sino que tengo que
tener consciencia de mi condición vulnerable. Eso que he tenido siempre, me puede faltar. Puedo
estar firme, pero es mejor que no crea estarlo, y esté muy pendiente que las
cosas pueden salir mal por mi propio descuido. No dar nada por sentado es tener
la madurez para reconocer que en la vida las cosas cambian, y que nuestro
corazón nos puede engañar. Eso que siempre has creído tener puede no estar
preciso cuando lo necesitas y allí se pone a prueba cómo reaccionarás. Esa
reacción puede marcar el curso de los acontecimientos.
La pregunta es ¿por qué no va estar? Pues, porque
no lo cargas contigo. A lo largo del camino vamos soltando las cosas, y no nos
damos cuenta que ya no están. A mí se me acabaron las bolsas y no me percaté,
porque no le presté atención al asunto. Podemos quedarnos sin cosas y no darnos
cuenta: una amistad, un buen hábito, la salud, y un montón de cosas más que no
puedes ver de manera concreta, pero que representan un activo en tu vida. Esos
elementos que siempre han sido tuyos, pero que por algún motivo no has tenido
la diligencia en cuidar últimamente. Revisa el morral de tu vida, y si no
están, vaya y búsquelos. Si siempre lo has cargado, algo bueno deben tener.
En una cultura que nos impulsa a la negligencia
hacia lo valioso, necesitamos ser personas comprometidas a llevar una vida de
autoanálisis, en la que buscar ser siempre mejor sea un estilo de
comportamiento. Allí hay una ración de papelón para el limón de un mundo
mediocre. Sin embargo, la manera más eficiente de empezar a hacerlo es
incorporando a tu vida Mi Ingrediente Secreto.
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