Hace tiempo que
quería escribirte. Te observo con frecuencia y necesito decirte algunas cosas.
No lo tomes como regaño, pero si te sientes mal con lo que te voy a decir, en
serio, discúlpame. Esta semana escuché una conferencia en la que decían que la
maternidad es desvío del egoísmo. Es decir, te toca despojarte de tu ego y
darle prioridad a las necesidades de otro ser. En esta cultura matriarcal puede
tener mucho sentido, pero en los últimos años con un auge desmesurado por el
culto al yo, a la “belleza” femenina, y el desdén a los roles de nutrir y
cuidar un hogar, observo con preocupación cómo cedes tus principios dando a
entender que tus hijos son un fastidio.
Te cuento algo. Los
padres especiales fuimos privilegiados con la oportunidad de cuidar de un ser
extraordinario, pero los padres típicos, tienen el mismo privilegio. ¿Sabes por
qué? Porque todos los seres humanos lo somos. Si bien tu hijo no tiene ninguna
condición (¡gracias a Dios!) eso no significa que no haya algo especial en él.
Aún así te escucho quejarte porque se ensucia mucho, o porque es muy inquieto,
y no te deja tomar tus siestas. No mides
la fuerza, y le pegas al chamo como sea, o por lo que sea, porque “te tiene
obstinada”. Te he visto ignorarlo cuando quiere mostrarse sus logros. Te
observo tirarlo a ver televisión o jugar video juegos por horas, y no
participar de ello siquiera. En caso que se te haya olvidado: un día tus hijos
crecerán. La niñez es una puerta que una vez cerrada, no vuelve a abrirse.
Recuerdo como si
fuera ayer cuando supe que sería madre por primera vez. Y ya mi hija tendrá
seis años en algunas semanas. ¿Cómo pasó el tiempo tan rápido? Pues pasó. Su
hermanito ya tiene dos años. Y en poco tiempo las locuras de esta época: el
ropero, los juguetes, las diligencias aquí y allá habrán quedado atrás, para
ser sustituidas por otras cosas, porque una vez que eres madre, lo serás para
siempre. La única manera que no estés cansada, es que tus hijos estén a cargo
de otro. Pero para tener una familia, hay un precio que pagar. Ese precio que
muchas han querido pagar, y que por alguna inexplicable razón no han podido.
Piénsalo.
Te voy a dar la
clave para que halles contentamiento en el cansancio de la maternidad: no des
nada por sentado. Los que tenemos hijos especiales podemos durar meses o años
para ver a nuestro hijo lograr algo que tu hijo hizo en meses. Algunos no podrán
verlo nunca. ¿A tu hijo le gustan los caramelos? Mi hija no tolera texturas
duras en su boca. No te quiero decir con esto que le des toda la bolsa de
dulces, sólo quiero hacerte saber que hay mayores dificultades. ¿Tu hijo sale
de la escuela como si hubiese ido al rally de Dakar? Pues, a veces nuestros
hijos especiales nos dan trabajo con sus desechos en la ropa. Sí, perdona lo
escatológico, pero quiero enfatizar mi punto.
Todo se reduce a una
cuestión de actitud. Agradece la “normalidad” de tu hijo. Nosotros los padres
especiales hemos aprendido a agradecer la particularidad de los nuestros. Y
quizá sí, hoy estoy sermoneándote, pero no tenía de otra. Llevo tiempo
preocupada por tu inconformidad. Te entiendo, no es fácil. Hay días que quieres
salir corriendo, porque a nadie le enseñan a criar hijos y mucho menos en esta
situación tan única. Pero es posible. Tienes todo lo que se necesita para criar
a un hijo, y criarlo bien. Sólo aplica un poco de esfuerzo en este rol, que
aunque no lo creas, es el más importante que ejercerás en tu vida. Y Dios,
creas o no en Él, te pedirá cuentas de esta tarea que te encomendó.
No me despediré sin
decirte que debes perdonarte tus errores, y debes pedirle perdón a tu hijo
cuando sea necesario. El perdón es el papelón al limón de la culpa. Debes
usarlo siempre, porque la culpa es un fantasma de la maternidad. De eso he
prometido hablarte (¡y lo haré!). Mientras tanto, respire profundo, tome un
nuevo aire y agarre su muchacho que nadie lo puede criar como usted.
Como un dato extra,
recuerda que hay un manual de paternidad infalible, disponible para todo aquel
dispuesto a incorporar en su vida mi ingrediente secreto.
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