viernes, 24 de febrero de 2017

Juguete Nuevo





¿Recuerdas cuando recibías un juguete nuevo? El mundo entero desparecía. Yo lo experimenté muchas veces. No dejaba de admirar la muñeca de cabellera espectacular y vestido con brillantes. Los niños recibían carritos cuyas pilas duraban más o menos hasta mediados de enero, pero para aquel entonces reponerlas no era conflicto. La vida se iba en cámara lenta mientras disfrutábamos la más reciente bendición. Sin embargo, ya a mediados de año la muñeca desnuda, con el cabello como una estopa estaba atrapada debajo del cojín del sofá, y podía durar días allí. Y se escuchaba a los adultos de la casa decir: “No vale la pena. Los muchachos se aburren y quieren otra cosa”. Me pregunto cuántas veces actuamos así con los regalos de la vida. En el momento que los recibimos nos emocionamos, pero luego nos fastidiamos y los olvidamos.

Seamos niños o adultos, la tendencia a la insatisfacción es algo ligado a nuestra humanidad. Como soy humana no te digo esto desde la barrera como observando, he caído en ella de vez en cuando. Mi hija con necesidades especiales ha llegado muy lejos desde que comenzamos este camino hace 5 años y medio; pero a veces quiero más, quiero otras cosas, y aunque no se las exijo, en mi corazón se han armado “tarantines” de protesta. No obstante, esto del juguete nuevo ha sido algo en lo que tengo unos días meditando. Sí, es verdad, a mi nena le falta mucho por alcanzar, pero le falta menos que lo que le faltaba el año pasado, porque gracias a Dios, contrario a otros niños con su condición, ella no me ha involucionado. Cuando pensamos que lo que tenemos no es suficiente, toca inventariar las bendiciones.




Pasaba que cuando iba a otra casa, o mis amiguitas traían al colegio sus muñecas, me picaba el mosquito de la codicia. De repente mis muñecas eran feas, o chimbas, o aburridas. (Nota adicional: yo nunca llevé las mías ni a una casa ajena ni al colegio, pues mi mamá no me dejaba, y como yo creía que ella era omnipresente nunca se me ocurrió desafiar la medida).  Recuerdo también que la mejor manera de motivarme a usar mis muñecas de siempre era cuidándolas. Las bañaba, les lavaba la ropa, y las usaba con más frecuencia. Quizá esa sea la clave a aplicar. Espero que a este punto la alegoría sea más que clara. Es posible que la insatisfacción sea producto de no ver el vaso medio lleno.


 Haz tu lista, cuenta y ve que quizá tengas días, meses o años sin juguetes nuevos; pero estoy segura que aún tienes juguetes. Siempre hay motivos para estar agradecidos, ¡siempre hay algo! Eso que cuando llegó fue tu juguete nuevo y causó deleite debe seguir siendo motivo para agradecer. Tenga un día, un mes, un año o diez, nuestras bendiciones deben ser apreciadas por igual. Mira a tu alrededor, mírate en un espejo y en la mañana al abrir tus ojos, agradece. Ese día que empieza es tu juguete nuevo: es la oportunidad perfecta para hacer algo distinto; y tú y yo sabemos que en este país no podemos tomar por sentado un nuevo día.



La limonada de la insatisfacción por la rutina se endulza con el papelón del agradecimiento de lo obvio. Eso que es tan natural para ti poseer, en realidad no lo es, porque todo es un milagro providencial. Creas o no en Dios, de Él proviene todo, y Él elige dárnoslo. De allí que nos propongamos siempre a hacer un buen guarapo partiendo del limón del mal rato. Haz papelón con limón.

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