Uno de los retos de la vida en comunidad es el manejo del
“otro” y sus necesidades en función de las propias. Somos naturalmente
egoístas, pero hago la salvedad que los hombres sufren más de esto que las
mujeres. Y no se preocupen, no creo en cosas como la supremacía femenina o la
inutilidad masculina. Todos esos conceptos hoy nos dañan, porque simplemente
desprestigian el Diseño Divino en la Creación. El hecho es que estamos en unos
tiempos en los que los niveles de maldad se han elevado a extremos impensables.
La verdad es que hay mucha gente mala, ¿verdad?
Entonces me veo en el espejo. Soy una mamá especial (eso
define mucho lo que soy hoy día), pero considero
que no por ello estoy exenta de ser víctima de mi propio podrido corazón humano,
propenso a actitudes viles, que sólo beneficien mi vida y mi lado. Pues, sí. Soy honesta contigo. No premedito aplicar la
ley del embudo, pero está en mi pecaminosa naturaleza hacerlo. Y más cuando es
la onda externa. Resolver por lo propio es lo IN en estos días, y en este país
en el que hasta las cosas más básicas se consiguen tras una titánica tarea, si
no lo haces así, no lo tienes (así dicen, y lamentablemente, a veces es así).
Sin embargo, mi Biblia, parte de mi torrente sanguíneo desde
mi niñez, dice tantas cosas distintas. Y para mí es imposible ignorar el
asunto. Escucha lo que dice Jesús: “ Si alguien te pide que le cargues algo una
cuadra, cárgaselo dos”, “El que quiera ser el chivo gordo, deberá ser el
peluche de todos”. ¿Qué-es-eso?. Para remate, sale el Apóstol Pablo y dice: “No
busquen solo su propio bien, sino también el de otros”. Me dan como ganas de
explicarles que ellos no vivieron en la Venezuela de hoy, y por lo tanto están
hablando utopías. No obstante, muchos otros después de ellos concordaron con
estas ideas: Francisco de Asís, la Madre Teresa de Calcuta, Ghandi, etc.
De manera que entendí que no tengo de otra. Si quiero vivir
bien, deberé amar a mi prójimo como a mí misma; eso implica procurar su bien,
ser solidaria, caminar por otro la milla extra. Al respecto, creo que hay tres aspectos
a considerar para ello:
- Me pongo en una posición susceptible. He ayudado a gente que luego me embroma ¿Te ha pasado? Pues la respuesta natural es que se te quiten las ganas de hacer algo por el otro. Es lógico. Pero, la verdad es que ser humanos nos hace vulnerables a ser heridos. Y aunque a veces la herida no tenga proporciones catastróficas, cae mal que queriendo hacer el bien, salga uno con las tablas en la cabeza. Ante eso, pienso que nos toca asumir el riesgo. ¿Me van a embromar otra vez? Quizá. Pero no todos lo harán. Hay que darle un voto de confianza a la humanidad. Recuerda que este mundo se lo estamos dejando a nuestros hijos.
- La solidaridad no es etérea. La solidaridad se muestra en actos concretos: le llevas la bolsa a una viejita tratando de cruzar la calle, le sirves de apoyo a un invidente, le cedes el puesto a una mujer, das una dirección, le avisas a la señora Yajaira dónde conseguir el medicamento de la tensión, escuchas al viejito mientras haces la cola del cajero, incluso dejas que el viejito pase antes que tú, le regalas ropa a la chama que le limpia a la vecina. Es la cotidianidad la que pone a prueba nuestro carácter. No tienen que ser grandes actos, pero para quien lo haces, tiene valor. Y recuerda, que arriba hay un Dios que pa’ abajo ve. No puedes hacer todo por todos, pero siempre hay algo que puedes hacer por alguien.
- Se cosecha de lo que se siembra. No estoy diciendo que hagas las cosas con agendas ocultas, con intereses subyacentes, ni nada por el estilo. Pero es una ley natural que lo que sembramos, eso cosechamos. Yo veo tanta bondad de Dios en mí, que no puedo si no compartir de eso que Él me da a diario. Él me da papelón para mí y para dar. Sigo dando, y sigo recibiendo. Es una ley tan verídica como la de la gravedad. No siempre cosechas en la misma tierra que siembras, no siempre se cosecha inmediatamente después de sembrar, pero cosechas.
Así que, no nos ensimismemos en nuestra situación. Es posible
que nosotros sobrellevemos los limones asociados a la condición de nuestro
hijo, pero otros también tienen los suyos. Como padres especiales enfrentamos
cosas rudas, pues con mucha más razón podemos comprender el pesar, el mal
humor, la contrariedad y la frustración. Ya que tú y yo estamos haciendo
papelón con limón, comparte algo de tu dulce con otros. Somos diferentes,
actuemos en consecuencia, y marquemos la diferencia. Una vez que lo hacemos
hábito, fluye naturalmente. Así que te propongo que a partir de hoy te hagas el
firme propósito de hacer algo por alguien siempre. Hasta una sonrisa vale. Pon
tu solidaridad en modo ON.