viernes, 20 de noviembre de 2015

Felicidad Condicionada

Cuando era niña aprendí una canción en la iglesia que decía así:

Jonás no le hizo caso
a la Palabra de Dios
por eso al mar profundo
la gente lo tiró
Vino un pez muy grande
y  ¡plum! Se lo tragó
porque no le hizo caso
a la Palabra de Dios
Luego la corriente
muy lejos se lo llevó
a la playa de Nínive
y allí lo vomitó
Del susto que tenía
la Palabra predicó
Creyó toda la gente
y hasta el rey
se arrepintió

Naturalmente, no sólo conservé la canción en mi memoria. Se la he cantado a muchos niños, incluyendo a los míos. Sin embargo, hace unos meses, estudiando el libro de Jonás (un profeta cuyo libro está en el Antiguo Testamento de la Biblia) mi esposo y yo nos encontramos ante una abrumadora verdad:




¿Te diste cuenta? ¡No hay playa en Nínive! Tenía más de 25 años creyendo que Nínive estaba en una costa, pero en todo este tiempo no me había dado cuenta. La playa de Nínive era un FALSO CONCEPTO. No hay tal cosa como playa en Nínive. Pero yo no estoy escribiéndote hoy para hablar de Asiria o de Jonás. Quiero hablarte de algo tan falso como la playa de Nínive: la felicidad condicionada.

La felicidad condicionada es esa absurda idea que la mayoría de las personas tenemos en la cabeza y consiste en creer que al llegar a cierto punto deseado seremos felices. La trampa de ese concepto está en robarnos la alegría de la vida, desdeñando el presente, y rechazando lo que tenemos en este momento: cuando me gradúe, cuando me case, cuando tenga carro, cuando me vaya del país, cuando mi cónyuge cambie, cuando mi hijo especial camine, o hable, o alcance plena independencia. Pero la verdad es que aún llegando a esos estados deseados, siempre hallaremos algo más que esperar, y volveremos al ciclo de la desdicha.

La capacidad para ser feliz no puede depender de las circunstancias. Y es que la felicidad no es un sentimiento, es un estado. No debería estar circunscrita a mis condiciones externas, sino sobrepasarlas. Mi hija Ella me lo enseña a diario. Pero el artífice de la implementación de esa norma en mi casa fue mi amado esposo. Él me dijo un día: “Amor, necesitamos determinarnos a disfrutar a Ella siempre, no importa su circunstancia actual. Dios nos dio una hija, y su condición no puede limitar que la disfrutemos y que ella nos pueda disfrutar a nosotros. Seremos felices con ella, tal como es”

Y es que esa es la esencia de hacer papelón con limón. La vida puede ser dura, o puede ser hermosa. Todo depende de qué lado de la acera te pares. Razones para la infelicidad pueden haber muchas, pero te pido hoy que pongas en balanza las cosas y puedas abrir tu mente a un nuevo concepto: la felicidad porque sí. Consiste en que consciente  y deliberadamente decidas disfrutar la vida y no amargarte. Esto no significa en absoluto que tomes todo tal y como viene y no aspires lo mejor, tampoco significa no sentir rabia, pesar o frustración en momentos específicos. Lo importante de la felicidad porque sí es que a pesar de todas esas contrariedades cotidianas, no actúes como sobreviviente.




Te daré un ejemplo bíblico con una aplicación cotidiana. El profeta Habacuc escribe muchos años después que Jonás un desgarrador poema en el que reclama a Dios una serie de injusticias que veía en su pueblo, precisamente hechas por mano del poder Asirio. Al final de su libro hay un tesoro que quiero compartir contigo hoy, porque creo que es la clave de la felicidad porque sí. Mira lo que él dice: “Aunque la higuera no eche brotes, ni haya fruto en las viñas; aunque falte el producto del olivo, y los campos no produzcan alimento; aunque falten las ovejas del aprisco, y no haya vaca en los establos, con todo yo me alegraré en el Señor, me regocijaré en el Dios de mi Salvación. El Señor Dios es mi fortaleza; él ha hecho mis pies como las de las ciervas, y por las alturas me hace caminar” (el énfasis en cursivas es mío)



¿Te suena familiar esa escasez? ¿Te parece loco que Habacuc decida “gozarse” en el Señor cuando el pueblo de Israel se comía un cable? Fíjate que dice que la clave de su gozo es que el Dios le hace caminar en las alturas. Otra versión dice: “…me hace andar firme sobre mis alturas”. Por encima, dejando la circunstancia debajo. Y sé que estoy enfatizando la idea una y otra vez, pero en estos días tan fuertes que atravesamos, necesitamos remontarnos por encima de lo que vemos y decidir ser felices. Eso no quiere decir que no sigo luchando, intentando, buscando el medicamento, haciendo la cola para comprar pañales, llevando mi hija a la terapia, haciendo magia para estirar la plata y la comida, de vez en cuando peleando para que me dejen pasar con mi hija en su coche, ponerme malandra con un colector que se queda con el vuelto, discutir con un familiar, hiperventilar mientras veo lo que está pasando en el país, etc. Caminar por encima es echarle papelón a la limonada. Es una decisión personal. Yo te motivo a que la tomes hoy. 

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