Cuando era niña aprendí una canción en la iglesia que decía
así:
Jonás no le hizo caso
a la Palabra de Dios
por eso al mar
profundo
la gente lo tiró
Vino un pez muy
grande
y ¡plum! Se lo tragó
porque no le hizo
caso
a la Palabra de Dios
Luego la corriente
muy lejos se lo llevó
a la playa de Nínive
y allí lo vomitó
Del susto que tenía
la Palabra predicó
Creyó toda la gente
y hasta el rey
se arrepintió
Naturalmente, no sólo conservé la canción en mi memoria. Se
la he cantado a muchos niños, incluyendo a los míos. Sin embargo, hace unos
meses, estudiando el libro de Jonás (un profeta cuyo libro está en el Antiguo
Testamento de la Biblia) mi esposo y yo nos encontramos ante una abrumadora
verdad:
¿Te diste cuenta? ¡No hay playa en Nínive! Tenía más de 25
años creyendo que Nínive estaba en una costa, pero en todo este tiempo no me
había dado cuenta. La playa de Nínive era un FALSO CONCEPTO. No hay tal cosa
como playa en Nínive. Pero yo no estoy
escribiéndote hoy para hablar de Asiria o de Jonás. Quiero hablarte de algo tan
falso como la playa de Nínive: la felicidad condicionada.
La felicidad condicionada es esa absurda idea que la mayoría
de las personas tenemos en la cabeza y consiste en creer que al llegar a cierto
punto deseado seremos felices. La trampa de ese concepto está en robarnos la
alegría de la vida, desdeñando el presente, y rechazando lo que tenemos en este
momento: cuando me gradúe, cuando me case, cuando tenga carro, cuando me
vaya del país, cuando mi cónyuge cambie, cuando mi hijo especial camine, o
hable, o alcance plena independencia. Pero la verdad es que aún llegando a esos
estados deseados, siempre hallaremos algo más que esperar, y volveremos al
ciclo de la desdicha.
La capacidad para ser feliz no puede depender de las
circunstancias. Y es que la felicidad no
es un sentimiento, es un estado. No debería estar circunscrita a mis
condiciones externas, sino sobrepasarlas. Mi hija Ella me lo enseña a
diario. Pero el artífice de la implementación de esa norma en mi casa fue mi
amado esposo. Él me dijo un día: “Amor, necesitamos determinarnos a disfrutar a
Ella siempre, no importa su circunstancia actual. Dios nos dio una hija, y su
condición no puede limitar que la disfrutemos y que ella nos pueda disfrutar a
nosotros. Seremos felices con ella, tal como es”
Y es que esa es la esencia de hacer papelón con limón. La
vida puede ser dura, o puede ser hermosa. Todo depende de qué lado de la acera
te pares. Razones para la infelicidad pueden haber muchas, pero te pido hoy que
pongas en balanza las cosas y puedas abrir tu mente a un nuevo concepto: la
felicidad porque sí. Consiste en que consciente y deliberadamente decidas disfrutar la vida y
no amargarte. Esto no significa en absoluto que tomes todo tal y como viene y no aspires lo mejor, tampoco significa no sentir rabia, pesar o frustración en
momentos específicos. Lo importante de la felicidad porque sí es que a pesar de
todas esas contrariedades cotidianas, no actúes como sobreviviente.
Te daré un ejemplo bíblico con una aplicación cotidiana. El
profeta Habacuc escribe muchos años después que Jonás un desgarrador poema en
el que reclama a Dios una serie de injusticias que veía en su pueblo,
precisamente hechas por mano del poder Asirio. Al final de su libro hay un
tesoro que quiero compartir contigo hoy, porque creo que es la clave de la
felicidad porque sí. Mira lo que él dice: “Aunque la higuera no eche brotes, ni
haya fruto en las viñas; aunque falte el producto del olivo, y los campos no
produzcan alimento; aunque falten las ovejas del aprisco, y no haya vaca en los
establos, con todo yo me alegraré en el Señor, me regocijaré en el Dios de mi
Salvación. El Señor Dios es mi fortaleza; él ha hecho mis pies como las de las
ciervas, y por las alturas me hace caminar” (el énfasis en cursivas es mío)
¿Te suena familiar esa escasez? ¿Te parece loco que Habacuc
decida “gozarse” en el Señor cuando el pueblo de Israel se comía un cable? Fíjate
que dice que la clave de su gozo es que el Dios le hace caminar en las alturas.
Otra versión dice: “…me hace andar firme sobre mis alturas”. Por encima, dejando
la circunstancia debajo. Y sé que estoy enfatizando la idea una y otra vez,
pero en estos días tan fuertes que atravesamos, necesitamos remontarnos por
encima de lo que vemos y decidir ser felices. Eso no quiere decir que no sigo
luchando, intentando, buscando el medicamento, haciendo la cola para comprar
pañales, llevando mi hija a la terapia, haciendo magia para estirar la plata y
la comida, de vez en cuando peleando para que me dejen pasar con mi hija en su
coche, ponerme malandra con un colector que se queda con el vuelto, discutir
con un familiar, hiperventilar mientras veo lo que está pasando en el país,
etc. Caminar por encima es echarle papelón a la limonada. Es una decisión
personal. Yo te motivo a que la tomes hoy.
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