Una de las cosas que me ha tocado aprender con Ella es a
abrirme al cambio. La verdad es que a medida que envejecemos, nos volvemos
personas bastante apegadas a nuestros patrones de vida, y el cambio nos puede
tambalear. Después de conocer el diagnóstico de la niña, la neurólogo me dijo
que habían dos cosas importantes: detener las crisis y rehabilitar. Ambas cosas
debían hacerse en paralelo. No podía esperar que las crisis pararan, para
llevarla a la terapia.
El asunto es que la neurólogo estaba en Caracas, el oftalmólogo también. Además, la terapeuta de lenguaje. Y para rematar, conseguí un
sitio en el que trabajaban un método de rehabilitación que me interesó, y luego
de llevar a Ella, quedé convencida que ella mejoraría recibiendo fisioterapia
con esa técnica; y adivina qué, el sitio también estaba en Caracas. Pero, si te
digo la verdad, soy alérgica a Caracas. Sé que dicen: “Caracas es Caracas y lo
demás es monte”, pues yo soy la más montuna de todas las venezolanas.
Si alguna vez has leído el clásico de la literatura de
autoayuda ¿Quién se ha llevado mi queso?, recordarás, que estos ratoncitos se
vieron forzados a salir de su zona de confort para conseguir su alimento. Eso
fue lo que nos pasó. Yo no pensé dos veces en hacer los arreglos para ir todas
las veces posibles y necesarias a la jungla caraqueña. Como te dije, no me
agrada. Pero decidí que valía la pena invertir tiempo, dinero y esfuerzo por la
mejora de mi hija. No con esto te quiero decir que tienes que ir a Caracas a buscar
especialistas. Mi punto es que, en muchas ocasiones, las circunstancias
difíciles demandan de nosotros recorrer una milla extra; y mucho más si se
trata de nuestros hijos.
Y así como te conté en Saliendo del Hueco de la Depre,
mi actitud hacia Caracas cambió. Sigue sin gustarme, pero ir allá no me quita
la paz, ni me trae enojo. No te imaginas toda la logística que implica ir; sin
embargo, cuando veo los resultados de esas idas, entiendo que esos esfuerzos
son una siembra que dan frutos, a veces a largo plazo. Además, gracias a la
madre que me parió y me montó en cuanta camioneta existía en Maracay durante mi
niñez, soy una persona con habilidades de ubicación espacial y encuentro
direcciones fácil y rápidamente. Así que, aunque no soy experta en geografía capitalina, me se mover sin problemas. No hubiese tenido esa experiencia de no ser por Ella.
No soy la primera que experimenta el cambio. Pienso en el
gran patriarca Abraham. Él estaba de lo más cómodo en Ur, y Dios le dijo:
“Chamo, vete de aquí. Vas a ir a un lugar que yo te voy a indicar; pero no te
voy a decir todavía dónde es. Más adelante te explico.Mientras tanto, agarre sus
cachachás y vamonós”. La historia del pueblo de Israel no fuese la misma de no
ser porque él dejó a su familia para buscar esa tierra que Dios le iba a
mostrar.
Lo que te quiero decir es que muchas veces el cambio es
bueno. Abrirnos a otras opciones, considerar las alternativas y decidir
esforzarse por algo mejor, en la mayoría de los casos, vale la pena. Yo me echo
mi repelente, agarro mis botas de exploradora, me monto mi bolso
multirecursivo, y me armo de ganas para ir a la jungla y conquistar aunque sea
un milímetro de mejora para mi hija. Estoy segura que si eres mi compañero de
camino, lo has hecho. ¿Verdad que vale la pena? El limón del esfuerzo extra se
puede pasar, siempre que le pongas su toque de papelón. Claro, si le incorporas
algo de mi ingrediente secreto, queda aún mejor.
Nota (sólo para caraqueños): No me odien por no querer su
valle. Agradezco a Dios por todas las cosas buenas que hay allá y ayudan a mi
chama, es que yo soy muy provinciana.
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