jueves, 26 de marzo de 2020

Abajo Pandemia




Desempolvo este rinconcito porque tengo algo que decirte. Una vez más estamos ante una difícil situación que se suma a otras ya existentes, y eso no es información para ti. Sin embargo, porque estoy en el negocio de dar ánimo y contar buenas noticias subí un momentico mi santamaría para reflexionar contigo acerca de una historia que ha venido a mi mente estos días una y otra vez. Es que no me voy a calar esto de solo limones sin dulce. Esta vez vamos a hablar de un par de hombres en una ciudad romana, unas décadas después de la Ascensión de Cristo.


El cuento es un poquito largo, pero quiero hacer zoom in en un acontecimiento en particular. Estos dos hombres se metieron en problemas al ayudar a una joven a ser libre de los hombres que la explotaban. Por ello, fueron llevados a un sitio en el que las autoridades los desvistieron y azotaron con varas. ¿Te dije que eran romanos? Pues, no eran unos palitos chinos las varas que usaban, y tampoco tenían consideración en cuanto a qué partes del cuerpo golpeaban. A los hombres les cayeron a palo y para remate los mandaron a meter presos.  No solo eso, sino que el guardia que los recibió fue más servil todavía y decidió meterlos en el calabozo del calabozo, uno bien profundo. ¿Creíste que ya se acabó? Te equivocas. Los encadenaron.





Ahora, trata de imaginar toda la escena. Desnudos, maltratados, golpeados, encadenados. Están en una celda romana. ¿A qué demonios olerá eso? ¿Tú crees que le echaron antiséptico a las cadenas antes de ponerlas? Olvidé mencionarte, pero estos tipos son judíos. ¿Cuál es el pronóstico? Sí, feos pa la foto. Así están. Nadie podría juzgar a estos hombres por ponerse a llorar y reclamarle a su Dios por todo lo horrible que les ha pasado. Sin embargo, estos tipos no son unos tipos normales, porque han sido llenos de algo que los hace, no solo aguantar esa pela, sino que los hace orar y cantar. Sí, me leíste bien. Ellos están cantando a la medianoche. ¿Quién canta estando así? Te presento a Pablo y a su pana Silas. Son compinches de aventuras en lo que llaman el Camino.


Acompáñame que esta parte de la historia no ha terminado, viene lo mejor. Lucas, quien cuenta esta historia, nos dice que en esa hora, o sea, cuando estaban cantando, sobrevino un terremoto que hizo que los cimientos de la cárcel se sacudieran, así que las puertas se abrieron y también las cadenas. Y hasta aquí voy a dejar el cuento porque he llegado al punto que quiero enfatizar. Sé que estás pensando que las canciones de Pablo y Silas no pudieron haber causado un terremoto. Okey, es verdad, no tengo argumentos geológicos para apoyar esa teoría. Pero, ¿qué si fueron sus oraciones y cantos los que hicieron que pusieran su vista en algo más sublime que sus heridas y cadenas?


Así que, quizá te sientas apaleado por las circunstancias: el gas, el agua, la luz, el innombrable paralelo, la suegra, no sé qué te afligía antes que toda esta locura se desatara. Y ahora la cárcel. Una cadena que se puede llamar cuarentena o las consecuencias de ella. La libertad de tu corazón, de tus emociones no viene porque estas situaciones desaparezcan. Es que ya Pablo y Silas estaban libres antes que sus cadenas se abrieran.  Si eres incapaz de poner tu vista en otra cosa que no sea lo que te rodea, estás  encadenado, pero hay Alguien siempre dispuesto a liberarte. El Libertador por excelencia espera tu oración, esa en la que reconoces que a pesar del dolor que no entiendes, quieres ser libre, porque te digo, cuando todo esto pase, vendrá alguna otra situación que puede encadenarte, a no ser que decidas conocerle de verdad.




Esta historia está en el libro de Hechos de los Apóstoles, capítulo 16.

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