Desempolvo este rinconcito porque tengo
algo que decirte. Una vez más estamos ante una difícil situación que se suma a
otras ya existentes, y eso no es información para ti. Sin embargo, porque estoy
en el negocio de dar ánimo y contar buenas noticias subí un momentico mi santamaría
para reflexionar contigo acerca de una historia que ha venido a mi mente estos
días una y otra vez. Es que no me voy a calar esto de solo limones sin dulce .
Esta vez vamos a hablar de un par de hombres en una ciudad romana, unas décadas
después de la Ascensión de Cristo.
El cuento es un poquito largo, pero quiero
hacer zoom in en un acontecimiento en particular. Estos dos hombres se metieron
en problemas al ayudar a una joven a ser libre de los hombres que la explotaban.
Por ello, fueron llevados a un sitio en el que las autoridades los desvistieron
y azotaron con varas. ¿Te dije que eran romanos? Pues, no eran unos palitos
chinos las varas que usaban, y tampoco tenían consideración en cuanto a qué
partes del cuerpo golpeaban. A los hombres les cayeron a palo y para remate los
mandaron a meter presos . No solo eso, sino
que el guardia que los recibió fue más servil todavía y decidió meterlos en el
calabozo del calabozo, uno bien profundo. ¿Creíste que ya se acabó? Te
equivocas. Los encadenaron .
Ahora, trata de imaginar toda la escena.
Desnudos, maltratados, golpeados, encadenados. Están en una celda romana. ¿A
qué demonios olerá eso ? ¿Tú crees que le echaron antiséptico a las cadenas
antes de ponerlas? Olvidé mencionarte, pero estos tipos son judíos. ¿Cuál es el
pronóstico? Sí, feos pa la foto. Así están. Nadie podría juzgar a estos hombres
por ponerse a llorar y reclamarle a su Dios por todo lo horrible que les ha
pasado. Sin embargo, estos tipos no son unos tipos normales, porque han sido
llenos de algo que los hace, no solo aguantar esa pela, sino que los hace orar
y cantar. Sí, me leíste bien . Ellos están cantando a la medianoche . ¿Quién
canta estando así? Te presento a Pablo y a su pana Silas. Son compinches de
aventuras en lo que llaman el Camino.
Acompáñame que esta parte de la historia no
ha terminado, viene lo mejor. Lucas, quien cuenta esta historia, nos dice que
en esa hora, o sea, cuando estaban cantando, sobrevino un terremoto que hizo que
los cimientos de la cárcel se sacudieran, así que las puertas se abrieron y
también las cadenas. Y hasta aquí voy a dejar el cuento porque he llegado al
punto que quiero enfatizar. Sé que estás pensando que las canciones de Pablo y
Silas no pudieron haber causado un terremoto. Okey, es verdad, no tengo
argumentos geológicos para apoyar esa teoría. Pero, ¿qué si fueron sus
oraciones y cantos los que hicieron que pusieran su vista en algo más sublime
que sus heridas y cadenas?
Así que, quizá te sientas apaleado por las
circunstancias: el gas, el agua, la luz, el innombrable paralelo, la suegra, no
sé qué te afligía antes que toda esta locura se desatara. Y ahora la cárcel.
Una cadena que se puede llamar cuarentena o las consecuencias de ella. La
libertad de tu corazón, de tus emociones no viene porque estas situaciones
desaparezcan. Es que ya Pablo y Silas estaban libres antes que sus cadenas se
abrieran. Si eres incapaz de poner tu
vista en otra cosa que no sea lo que te rodea, estás encadenado, pero hay Alguien siempre
dispuesto a liberarte. El Libertador por excelencia espera tu oración, esa en
la que reconoces que a pesar del dolor que no entiendes, quieres ser libre,
porque te digo, cuando todo esto pase, vendrá alguna otra situación que puede
encadenarte, a no ser que decidas conocerle de verdad.
Esta historia está en el libro de Hechos de
los Apóstoles, capítulo 16.
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