Ya te he comentado
que muy poco me importan las festividades. Sin embargo, aquí estamos en la Semana
Santa, Semana Mayor, Semana Zángana, Semana de Gastar el Bono o como quieran
llamarle. El hecho es que la Pascua sirve para que se traiga a memoria el hermoso
sacrificio de Jesús. Pero hoy no quiero hablar de cruces, Gólgotas, ni látigos.
Es que esto de Cristo es como las keratinas: necesitas paso 1 y paso 2. La Cruz
(una vez te escribí sobre ella) es el paso 1. Importante, vital e
imprescindible, la Cruz es Jesús pagando nuestra deuda. El paso 2 es el broche
de oro, lo que fija el químico alisante, lo que le garantiza la eficacia de la
cruz. Estoy hablando de la tumba vacía.
La resurrección es
la médula del cristianismo, y es una de la más significativa diferencia de las
otras creencias. Entender la resurrección nos da una perspectiva completamente
distinta de la vida, porque comprendemos el carácter pasajero de esta tierra y
nos enfocamos en que lo eterno es lo que regirá el destino de la humanidad,
bien sea para condenación o para salvación.
Por una parte, la
resurrección le da raíces a la fe. Creer que Jesús resucitó es por ende creer
que los que hemos creído en Él seremos resucitados. En un mundo en donde no se
puede confiar en nada, es espectacular saber que los que creemos en Cristo
tenemos una esperanza firme, que aunque sometida a vientos tempestuosos puede,
no sólo resistir, sino también infundir confianza en que siempre saldremos
victoriosos.
Además, la
resurrección es la garantía de que todo tiene solución. Por allí dicen que todo
tiene solución menos la muerte. Falso. La muerte tiene solución: Jesús la
venció. El escritor de los Hebreos plantea un cuadro digno de una película de
acción y dice que Jesús destruyó al que tenía el imperio de la muerte, el
diablo. Pablo le dice a los Colosenses que Cristo triunfó sobre las potestades
diabólicas en la Cruz. En la visión de Juan, al ver al Hijo del Hombre, éste le
dice que estuvo muerto pero ahora tiene las llaves del infierno.
Cuando la gente me
ve con cara de “Naguará, probrecita, no sé cómo hace con esa niña”, siempre que
tengo la oportunidad les hago saber que existe
en nosotros la plena convicción que la extraordinaria potencia que levantó a
Jesús de los muertos está a nuestra disposición. ¿Pero por qué si puede levantar
a un muerto, Dios no puede sanar a tu niña de una vez? Pues, no sé, y no me
importa. Realmente estoy más interesada en que el plan de Dios para mi vida y a
la de los míos se cumpla a plenitud. Y es que precisamente, nos limitamos a ver
lo natural, pero en nuestras vidas pueden haber muchas más cosas muertas de las
que imaginamos.
A ver, ponte a
pensar. Sales a la calle y sólo ves basura, gente sucia y desesperada,
injusticia, dolor, hambre, miseria, colas, patria. ¿Qué cosas han muerto en ti?
¿Qué cosas has matado tú con tus palabras y actitudes? Pues, el poder de la
resurrección está al alcance de quien se acerque Él, a su Cruz. Y te voy a
decir por qué vale la pena, y es porque no te estoy hablando de un tipo que
salió a hablar sandeces y promesas locas. Vino, hizo y cumplió. Prometió que
saldría del sepulcro y lo hizo, ¿y sabes qué? Algún día volverá. Volverá a
juzgar, volverá a recoger su trigo y volverá a reinar.
El cuerpo de mi Ella
será resucitado, y será transformado. No habrá allí lesiones cerebrales, ni
retardo psicomotor, ni las secuelas de una epilepsia catastrófica. Esto no
significa que no crea en que pueda ser restaurada en el plano terrenal. Pero mi
esperanza va más allá de eso. Ese, mi pana, es el papelón de mi limón.
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