viernes, 23 de marzo de 2018

Asquerosa Susceptibilidad






Asquerosito: (ven.) Perro caliente que se prepara en un puesto callejero.


Hace unos días fui con mi esposo a comer perro caliente.  Teníamos muchos meses queriendo comer y en particular, yo quería un asquerosito hecho por alguien a quien llamaré el Nene para mis propósitos narrativos. Verás, yo no sé cómo se come el perro caliente en otros países, pero aquí en Venezuela el perro caliente se come “con todos los juguetes”, es decir, con un montón de cosas.  Por eso mi esposo quería el perro para llevar, pero yo precisaba acceso total e ilimitado a todas las salsas posibles, y le insistí para comerlo allí.  El resultado fue que, como siempre,  terminé sufriendo para mantener todo el relleno dentro del pan, haciendo todo el esfuerzo posible por hacer un mínimo de ridículo.


Creo que el esfuerzo fue en vano. Al Nene se le hace cola, así que todos estábamos en la misma. Miré alrededor y mis compañeros de comida estaban luchando tanto o más que yo por evitar que todo se desplomara al piso, o que la salsa terminara cayendo en la ropa. Aquí en esto, cada quien tiene su técnica: unos se sientan, otros nos quedamos parados, unos comen con la servilleta en la mano, otros hacemos el desastre y dejamos la servilleta para lo último. En fin, cada uno a su forma estaba abordando una situación “difícil”, pero el hecho es que la situación estaba. Y aunque creas que te estoy echando otro de mis cuentos culinarios, espera, tengo un punto.




Mi hija Ella tiene casi 7 años de edad, y su condición especial trastornó, revolucionó mi manera de pensar de la vida y sus cosas, siendo las relaciones humanas y la manera como veo al prójimo una de las cosas que más cambiaron para mí.  El ser humano tiene un corazón con tendencia al mal, nos lo cuenta Jeremías, nos lo explica el Apóstol Pablo en Romanos y el mismísimo Jesús lo dijo una y otra vez en los Evangelios. Ese estado de humanidad nos hace susceptibles, nos expone a una posición vulnerable en la que es común ensuciarse con la salsa y hacer un desastre, en la que podemos terminar metiéndole un mordisco al papel, o botando el refresco. El hecho es que todos tenemos nuestras susceptibilidades, y al respecto quiero puntualizar dos cosas.




En primer lugar, el otro tiene su lucha. No te enfrasques en sólo señalar al otro, y considerar sus “defectos”.  Para mí es muy fácil agarrar una cucharilla y comer, para mi hija Ella es algo sumamente difícil. Su limitación (sí, es una limitación, y no hay por qué disfrazarla) condiciona sus acciones. Puedo decirle: “Hija, ya tienes casi 7 años, así que ya es hora de que comas sola”, pero no es tan sencillo cuando tienes un cerebro lesionado por una epilepsia agresiva. El caso de ella es neurológico, pero considera y aplica a tu contexto. En nuestro mundo abunda la lesión emocional, y una herida en el alma puede causar grandes discapacidades.  Si bien no podemos curarlas nosotros,  sí podemos ser comprensivos.



El mayor motor de nuestra comprensión debe ser el hecho de admitir que nosotros mismos somos vulnerables. Tú que me lees tienes una “pata coja”, es posible que no sea la misma que yo tengo. Es decir, en la norma de oro en la que se nos dijo que amáramos al prójimo la referencia  era el amor propio: “Ama a tu prójimo como a TI mismo” (mayúsculas mías). Esa condescendencia que te ofreces y te distribuyes necesitas darla también. Así que haz el ejercicio hoy mismo: en la cola, en la parada, en el autobús (o camión), con la cajera del supermercado, con el vecino, con el jefe (o el empleado), con tu cónyuge, con tu hermana, con quien sea. Todos estamos en posiciones susceptibles, tengamos algo de comprensión hacia el otro. Mañana, repite la operación. Verás que el mundo tiene menos limón y más papelón.




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