viernes, 28 de octubre de 2016

Cachorro Remojado




Tendría más o menos la edad de Ella cuando mi abuelo materno me regaló un perro que tendría unas tres semanas de edad. Recuerdo que fue un día domingo de agosto o septiembre, porque también recuerdo que al día siguiente no tuve clases. Nos lo llevamos a la casa, y al día siguiente en la mañana me llevé el cachorro a la batea para bañarlo. Abrí el chorro e hice de la batea una bañera. Lo habré tenido allí no sé por cuánto tiempo. A los pocos minutos el cachorrito estaba apagado y cabizbajo. No debería tener que decírtelo, pero si no has llegado a la conclusión aún, te informo que el cachorrito se murió (sí, lo maté). No tuve ni tiempo de ponerle nombre.  Si te preguntas por qué me dejaron, te cuento también que para esa época me “cuidaba” mi abuela Herrera, pero la viejita estaba muy enferma y cansada para supervisarme, así que era más autocuidado que cualquier cosa.


Recuerdo con bastante claridad el incidente, porque aparte del trauma que me produjo ser la asesina de mi propia mascota, no se me olvida el tacto con el que mis padres trataron el asunto. No querían que me sintiera mal, no me reprocharon nada, no me castigaron. Por esa situación, no. Después de eso, vendrían muchos perritos remojados: metidas de pata producto de mis propias decisiones. Y de eso quiero hablarte hoy. Tengamos cinco o cuarenta años, las decisiones que tomamos afectan el curso de las cosas que suceden a nuestro alrededor. Si bien yo no tenía la mínima intención de matar al cachorrito, así pasó. Esa madurez para asumir las consecuencias de mis acciones, esa responsabilidad, eso que inglés llamamos accountability, que se traduce como “hacerse cargo de”, esa actitud es necesaria para la vida de un padre especial, y del ser humano más básico.


Me siento fascinada por la fuerza de voluntad de Ella. Puedo tratar de que se coma la papilla más cremosa que te puedes imaginar, y si no quiere, pues no lo hará. Viene la abuela y le da la sopa con los toletes de zanahoria y la zángana se los come sin chistar, sin llorar y con gusto. Esa capacidad de decisión con la que nacemos todos los seres humanos va ligada a otra que paradójicamente pretende desligarnos de esa accountability: escurrirse el bulto. Y en esas en la que sólo le echamos la culpa a los otros, se nos va la vida, sin asumir, sin madurar, sin resolver.



Te he dicho que mi hija tiene una lesión cerebral por un parto dilatado. Sí, fue descuido del obstetra. Pero semanas antes, había tenido algunos encuentros con este obstetra que me pudieron haber hecho considerar buscar otro especialista y consultar. No lo hice, y lo asumo. Esa fue mi decisión. Hay cosas que no podemos controlar, pero hay otras que sí.  Y a ese punto debemos llegar: si la realidad que te aflige es producto de tus decisiones, no debes buscar culpables más allá del espejo en el que te miras. Escogemos a nuestro cónyuge, renunciamos al trabajo, nos mudamos, abandonamos carreras, dejamos de alimentar relaciones, decimos palabras, rechazamos oportunidades, nos apegamos a personas incorrectas, invertimos mal el dinero, y esas cosas tenemos que asumirlas sin echarle la culpa a más nadie.




Hoy te traje otro limón, es verdad. Pero, no voy a cerrar sin dejarte el papelón que endulza esto. La razón principal por la que tomamos decisiones equivocadas, es porque hemos hecho de nosotros mismos el centro de nuestras vidas. El YO gobernando fue  la causa por la que Adán y Eva fueron expulsados del jardín. Toca ahora decidir si le agregas a tu limonada algo de Mi Ingrediente Secreto. Si la embarraste, asúmelo, pero no te quedes en esa: diseña un plan. En mi opinión, ese plan va a ser exitoso sólo si incorporas a tu Creador en tus decisiones. Unos cachorros remojados afectan más que otros, pero de algo estoy segura: fuimos diseñados para ser exitosos, pero para disfrutar del diseño, debemos estar alineados a la Voluntad del Diseñador. 

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