Tendría más o menos la edad de Ella cuando mi abuelo materno
me regaló un perro que tendría unas tres semanas de edad. Recuerdo que fue un
día domingo de agosto o septiembre, porque también recuerdo que al día
siguiente no tuve clases. Nos lo llevamos a la casa, y al día siguiente en la
mañana me llevé el cachorro a la batea para bañarlo. Abrí el chorro e hice de
la batea una bañera. Lo habré tenido allí no sé por cuánto tiempo. A los pocos
minutos el cachorrito estaba apagado y cabizbajo. No debería tener que
decírtelo, pero si no has llegado a la conclusión aún, te informo que el
cachorrito se murió (sí, lo maté). No tuve ni tiempo de ponerle nombre. Si te preguntas por qué me dejaron, te cuento
también que para esa época me “cuidaba” mi abuela Herrera, pero la viejita
estaba muy enferma y cansada para supervisarme, así que era más autocuidado que
cualquier cosa.
Recuerdo con bastante claridad el incidente, porque aparte
del trauma que me produjo ser la asesina de mi propia mascota, no se me olvida
el tacto con el que mis padres trataron el asunto. No querían que me sintiera
mal, no me reprocharon nada, no me castigaron. Por esa situación, no. Después
de eso, vendrían muchos perritos remojados: metidas de pata producto de mis
propias decisiones. Y de eso quiero hablarte hoy. Tengamos cinco o cuarenta
años, las decisiones que tomamos afectan el curso de las cosas que suceden a
nuestro alrededor. Si bien yo no tenía la mínima intención de matar al
cachorrito, así pasó. Esa madurez para asumir las consecuencias de mis
acciones, esa responsabilidad, eso que inglés llamamos accountability, que se traduce como “hacerse cargo de”, esa actitud
es necesaria para la vida de un padre especial, y del ser humano más básico.
Me siento fascinada por la fuerza de voluntad de Ella. Puedo
tratar de que se coma la papilla más cremosa que te puedes imaginar, y si no
quiere, pues no lo hará. Viene la abuela y le da la sopa con los toletes de
zanahoria y la zángana se los come sin chistar, sin llorar y con gusto. Esa
capacidad de decisión con la que nacemos todos los seres humanos va ligada a
otra que paradójicamente pretende desligarnos de esa accountability: escurrirse el bulto. Y en esas en la que sólo le
echamos la culpa a los otros, se nos va la vida, sin asumir, sin madurar, sin
resolver.
Te he dicho que mi hija tiene una lesión cerebral por un
parto dilatado. Sí, fue descuido del obstetra. Pero semanas antes, había tenido
algunos encuentros con este obstetra que me pudieron haber hecho considerar
buscar otro especialista y consultar. No lo hice, y lo asumo. Esa fue mi
decisión. Hay cosas que no podemos controlar, pero hay otras que sí. Y a ese punto debemos llegar: si la realidad
que te aflige es producto de tus decisiones, no debes buscar culpables más allá
del espejo en el que te miras. Escogemos a nuestro cónyuge, renunciamos al
trabajo, nos mudamos, abandonamos carreras, dejamos de alimentar relaciones,
decimos palabras, rechazamos oportunidades, nos apegamos a personas
incorrectas, invertimos mal el dinero, y esas cosas tenemos que asumirlas sin
echarle la culpa a más nadie.
Hoy te traje otro limón, es verdad. Pero, no voy a cerrar
sin dejarte el papelón que endulza esto. La razón principal por la que tomamos
decisiones equivocadas, es porque hemos hecho de nosotros mismos el centro de
nuestras vidas. El YO gobernando fue la
causa por la que Adán y Eva fueron expulsados del jardín. Toca ahora decidir si
le agregas a tu limonada algo de Mi Ingrediente Secreto. Si la embarraste,
asúmelo, pero no te quedes en esa: diseña un plan. En mi opinión, ese plan va a
ser exitoso sólo si incorporas a tu Creador en tus decisiones. Unos cachorros
remojados afectan más que otros, pero de algo estoy segura: fuimos diseñados
para ser exitosos, pero para disfrutar del diseño, debemos estar alineados a la
Voluntad del Diseñador.
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