Hace algunos días caminaba por la calle, e iba delante de mí
un joven de unos 25 años con medio cartón de huevos en una bolsa. Este joven
balanceaba la bolsa hacia delante y hacia atrás, cual péndulo de reloj. Cuando
vi el asunto me horroricé, te confieso. A mí me enseñaron a llevar los huevos
con sumo cuidado. Además, odio llegar a la casa y conseguir huevos partidos.
Pero, a este chico no lo enseñaron ni mi mamá, ni mi abuela, ni mi tía La
Negra. Estuve tentada por unos segundos a instruirlo, pero por alguna razón me
cohibí. Pensé: son huevos ajenos.
Los latinos somos culturalmente entrometidos, como te
comenté en mi artículo sobre los opinólogos. Pero a medida que maduro, me
convenzo que hay cosas que no son problema mío, y sobre las cuales es inútil
preocuparse. No estoy haciendo con esto una apología a la indiferencia. Mi
punto es que en la vida necesitamos respetar las decisiones, formas y opiniones
de otros, y estas no pueden amargarnos la existencia. Quizá el chamo de los
huevos iba preparando su tortilla de una vez, o de repente la mujer lo iba a
insultar cuando viera sus casi 2 mil bolos con las yemas rotas. Pero eso era
asunto del acarriador, y no mío.
¿Y qué tiene que ver todo este lío con la paternidad
especial? Todo o nada. Depende como quieras verlo. Lo que básicamente quiero
expresar es que ya lidiamos con suficiente presión interna y externa, por lo
que no vale la pena añadirse angustias innecesarias. Por eso quiero motivarte a
que revises qué pensamientos te restan energía, y ver cuáles son preocupaciones
legítimas, inherentes a ti y a tu contexto. Lo que no sea, pues tienes que
aprender a dejarlo en manos del responsable. Insisto: eso no significa que sólo
tienes que preocuparte por lo tuyo y que los demás se frieguen.
Allí es cuando vengo a lo segundo. Hay una línea delgada
entre la entrepitura y la ayuda genuina. ¿Cómo distinguirla? Pues creo que las
respuestas son múltiples, pero todo consiste en confiar en tu propia intuición.
Es posible que si yo le hubiese dicho algo al chico de los huevos me hubiese
mirado mal, o respondido algo como: “Yo llevo los huevos como quiera”. O, tal
vez me hubiese dado las gracias, no lo sé y no lo sabré. Quizá yo soy súper
dramática y mi manera sobreprotectora de llevar los huevos no tiene sentido. No
sé. Todo depende.
Lo más importante aquí es nuestra actitud. ¿Queremos imponer
nuestro criterio al “ayudar”? ¿Creo que mi forma de ver las cosas es la verdad?
¿Estoy dispuesta a respetar la elección del otro sobre sus propias cosas? Esto
es aplicable hasta dentro de las mismas familias. A veces la mejor manera de
ayudar es dejando que el otro haga las cosas a su manera. Total, a nosotros nos
gusta hacerlas a la nuestra. Esa es la esencia del hombre: la libertad de elegir.
El guarapo que yo hago es mío. Quizá tú le pones un twist de
piña fermentada, y otro le pone naranja. Yo le pongo azúcar, aunque ya tiene
papelón, pero otros lo dejan sólo así. Todos estamos haciendo nuestro papelón
con limón. Puedes darle aplicación a tu paternidad, pero esto es un principio
de aplicación universal: respetar las decisiones de otros, es clave para la
convivencia. Si dejas que cada quien se ocupe de sus huevos, vas a tener más
tranquilidad, creéme.
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