viernes, 9 de septiembre de 2016

Huevos Ajenos



Hace algunos días caminaba por la calle, e iba delante de mí un joven de unos 25 años con medio cartón de huevos en una bolsa. Este joven balanceaba la bolsa hacia delante y hacia atrás, cual péndulo de reloj. Cuando vi el asunto me horroricé, te confieso. A mí me enseñaron a llevar los huevos con sumo cuidado. Además, odio llegar a la casa y conseguir huevos partidos. Pero, a este chico no lo enseñaron ni mi mamá, ni mi abuela, ni mi tía La Negra. Estuve tentada por unos segundos a instruirlo, pero por alguna razón me cohibí. Pensé: son huevos ajenos.

Los latinos somos culturalmente entrometidos, como te comenté en mi artículo sobre los opinólogos. Pero a medida que maduro, me convenzo que hay cosas que no son problema mío, y sobre las cuales es inútil preocuparse. No estoy haciendo con esto una apología a la indiferencia. Mi punto es que en la vida necesitamos respetar las decisiones, formas y opiniones de otros, y estas no pueden amargarnos la existencia. Quizá el chamo de los huevos iba preparando su tortilla de una vez, o de repente la mujer lo iba a insultar cuando viera sus casi 2 mil bolos con las yemas rotas. Pero eso era asunto del acarriador, y no mío.

¿Y qué tiene que ver todo este lío con la paternidad especial? Todo o nada. Depende como quieras verlo. Lo que básicamente quiero expresar es que ya lidiamos con suficiente presión interna y externa, por lo que no vale la pena añadirse angustias innecesarias. Por eso quiero motivarte a que revises qué pensamientos te restan energía, y ver cuáles son preocupaciones legítimas, inherentes a ti y a tu contexto. Lo que no sea, pues tienes que aprender a dejarlo en manos del responsable. Insisto: eso no significa que sólo tienes que preocuparte por lo tuyo y que los demás se frieguen.




Allí es cuando vengo a lo segundo. Hay una línea delgada entre la entrepitura y la ayuda genuina. ¿Cómo distinguirla? Pues creo que las respuestas son múltiples, pero todo consiste en confiar en tu propia intuición. Es posible que si yo le hubiese dicho algo al chico de los huevos me hubiese mirado mal, o respondido algo como: “Yo llevo los huevos como quiera”. O, tal vez me hubiese dado las gracias, no lo sé y no lo sabré. Quizá yo soy súper dramática y mi manera sobreprotectora de llevar los huevos no tiene sentido. No sé. Todo depende.

Lo más importante aquí es nuestra actitud. ¿Queremos imponer nuestro criterio al “ayudar”? ¿Creo que mi forma de ver las cosas es la verdad? ¿Estoy dispuesta a respetar la elección del otro sobre sus propias cosas? Esto es aplicable hasta dentro de las mismas familias. A veces la mejor manera de ayudar es dejando que el otro haga las cosas a su manera. Total, a nosotros nos gusta hacerlas a la nuestra. Esa es la esencia del hombre: la libertad de elegir.




El guarapo que yo hago es mío. Quizá tú le pones un twist de piña fermentada, y otro le pone naranja. Yo le pongo azúcar, aunque ya tiene papelón, pero otros lo dejan sólo así. Todos estamos haciendo nuestro papelón con limón. Puedes darle aplicación a tu paternidad, pero esto es un principio de aplicación universal: respetar las decisiones de otros, es clave para la convivencia. Si dejas que cada quien se ocupe de sus huevos, vas a tener más tranquilidad, creéme.

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