Hace algunos sábados fui a comprar empanadas a la lunchería
justo a la esquina de mi casa. Como eran casi las 10 de la mañana, ya no habían
los rellenos tradicionales; quedaban de salchicha, perico y pabellón de
frijoles. Sí, pabellón de frijoles. ¿Eso existe? Pues en mi opinión, no. El
portugués está tratando de satisfacer la demanda sustituyendo un grano por
otro; al fin y al cabo se puede comer carne con frijol y una tajada, pero mi
queridísimo Joao: el pabellón es con caraotas (y negras).
He estado dando vueltas y vueltas acerca de esto. No, esta
entrada no es acerca de la gastronomía criolla y como la crisis la afecta. He
estado semanas en una lucha campal entre mis emociones y mi fe. He querido
hacer pabellón con frijoles, pero es que eso no se hace así. Una vez te dije
que la resignación es la excusa para los que se rinden, y yo no soy de esas.
Pero de pana, ganas no faltan a veces. Y por esa razón no he escrito. Porque no
quiero hundirte con mis penas. Esto es para empujar, para darte una palmada que
te impulse a seguir. Sin embargo, veo tantas marañas que no he sabido por dónde
iniciar y no se sabido si valdría la pena escribir.
De manera que aquí estoy. Odio reflejarme ante ti como incólume ante todo lo que nos ocurre como país, como papás especiales, como mujeres, como hijas. Esta semana tuve violín. Los apagones me alteran mi rutina como no tienes idea; así programados y todo. Y lucho, peleo, combato contra el enojo. Los coléricos somos enojones. Yo confieso estarlo. Lo reconozco porque quiero superar esta prueba, y para hacerlo el paso uno es asumir mi condición interna. Espero que me entiendas. No es un enojo en el que le grito a todo el mundo, es una procesión que llevo por dentro. ¿Por qué? Pues ya te dije que no voy a darte mis mil motivos.
El hecho es que los frijoles no sirven para el pabellón.
Puedes comértelos, pero no puedes llamar a ese plato pabellón. El enojo, la
tristeza, la desesperanza, la trampa, la envidia, el chanchullo, el bachaqueo,
la queja, la camorra, la maledicencia, el egoísmo, el pesimismo, y todas esas
cosas que están accesibles en nuestra atmósfera venezolana, no pueden ser
beneficiosos. Sólo acarrean maldición. Sí, maldición. Fuerte palabra, pero no
tienes que ser pitoniso para ver alrededor y decirme en qué condición estamos
como país. Y si no me crees, ve a la Biblia y lee Deuteronomio 28.
Sin embargo, de la misma forma como he aprendido a disfrutar
a Ella, aprenderé a sobrellevar este trago amargo (que también pasará-no tengo
la menor duda). Los padres especiales somos una estirpe todo terreno, y
bastante guamazo hemos llevado como para dejar que las decisiones e
indecisiones de un bigotón nos haga la existencia desagradable. Respiramos y
agarramos impulso. Estamos haciendo papelón con limón, y aunque el papelón está
escaso y caro, de alguna forma haremos que esto funcione. No nos rendimos, no
desistimos.
No quiero cerrar esto sin recordarte algo. Nadie puede ser
diferente sin acercarse al que verdaderamente hace Nuevo al Hombre. No se puede hacer pabellón con frijoles.
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