“No preguntes por qué, sino para qué”. Una de las
expresiones más evangélicas que he escuchado. Yo misma la llegué a decir en
ocasiones. Hasta que me dieron el diagnóstico de Ella. Fueron meses en los que
esa interrogante era el aire que respiraba. ¿Por qué mi hija? ¿Por qué
nosotros? ¿Por qué no otra condición? ¿Por qué Dios permite todo esto? ¿Por
qué? Y aunque no lo exteriorizaba, habían muchos hermanitos que se me acercaban
(con toda buena intención, sin duda) y me lo decían: “No preguntes por qué,
sino para qué”. Pues, con todo el respeto a quienes dicen eso, les tengo que
decir que están equivocados.
Sin profundizar mucho en filosofía, Descartes, por ejemplo,
estableció que el razonamiento es parte del ser humano. Pensar y tener
inquietudes acerca de la vida y las cosas es lo que nos diferencia de otros
seres vivos. Un espíritu inquisitivo es normal, lo que no es normal es que
nuestra vida se consuma en responder la pregunta y es allí en donde está el
problema. Si tenemos la mente y la atención centradas en conseguirle la
explicación al por qué, pues, terminaremos como Georgio Tsoukalos, y tendremos
que decir: “La única explicación son los alienígenas”. Para empezar tendremos
que preguntarnos, ¿Por qué Adán dejó a Eva hablar con la serpiente y probar del
fruto? Porque precisamente en ese momento fue que todo empezó a salir mal para
la humanidad. Por cierto, en caso que no
sepas, no hay tal cosa como la manzana prohibida.
Hace unos meses te conté de mi pastora en Ahoritidad. Ella
me dijo: “Yo sigo preguntándome por qué, Carolina, pero aprendí a vivir con la
interrogante”. ¿Ves? No hay ningún pecado en preguntarse por qué. El libro
Eclesiastés está lleno de cuestionamientos; en él, Salomón expresa su pesar por las
contradicciones de la vida. Prácticamente no resuelve ninguno de sus conflictos,
sólo concluye que temer a Dios es el todo del hombre. Así que te repito, no hay
nada en malo en preguntarse por qué, sólo que no puedes dejar que la vida se te
vaya en eso. Y sí, es muy posible que le encuentres respuesta al para qué. No
tienes por qué dejar de preguntártelo tampoco.
El punto es que, no todo tiene explicación lógica. ¿Por qué
la vida tiene que ser así para mi hija?
¿Por qué tuvo que morir tan joven ese primo mío? ¿Por qué tiene uno que
golpearse ese el dedo meñique del pie? ¿Por qué Meg Ryan dañó su rostro así?
¿Por qué mi hijo prefiere jugar con un perol de margarina cuando tiene 706
juguetes? ¿Por qué inventaron las cremas de peinado cuando ya mi adolescencia
había acabado? ¿Por qué tuve que pasar toda mi secundaria viéndome como Cher?
¿Sabes qué? ¡No sé! ¡Y ya no importa! Pero no me siento culpable de preguntarme
esas cosas y mil más.
Volviendo a Salomón, creo que la mejor respuesta a un por qué de esos está aquí: "Me volví y vi debajo del son, que ni es de los ligeros la carrera, ni la guerra de los fuertes, ni aún de los sabios el pan, ni de los prudentes las riquezas, ni de los elocuentes el favor; sino que tiempo y ocasión acontecen a todos". De verdad no creo que el gran rey haya alguna vez dejado de preguntarse cosas, sólo que no dejó que las interrogantes fueran un ancla que le detuvieran la navegación. Así que las interrogantes son parte del limón de esta vida, pero siempre tenemos la opción de ponerle papelón.
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