Los que vivimos en
Venezuela estamos atravesamos un difícil momento. Estamos en una guerra
atípica, pero guerra al fin. Hay confusión, muerte y daños colaterales. Mientras
todo está agitado, la vida sigue transcurriendo, también con sus agites, y las
aflicciones se han incrementado, porque aparte de nuestras penas particulares,
hay una pena nacional que se entrelaza y complica la existencia y la
cotidianidad. Tengo muchas semanas sin ir a la jungla caraqueña, y creo que no
hay necesidad de explicar razones.
Los papás especiales
hablamos de lo mismo: el medicamento que no hallamos, la cita médica que
perdimos, el doctor que se fue del país, los trapos que usamos en lugar de
pañales, el alimento de la dieta del chamo que se quintuplicó en precio y otras
cosas más traumáticas. Nuestra presión
diaria se ha incrementado, y como decimos aquí, estamos feos pa’ la foto. La
situación de otros no es mejor, porque todos, sin excepción (incluso los que
dicen que no pasa nada) estamos en oprobio.
Sin embargo, a mis
más de 30 años te puedo decir que una de las lecciones que me ha dado la vida
es que la dificultad ejercita ciertos músculos emocionales, y nos hace fuertes
cada vez más. La Carolina de hoy tiene más temple que la de 2012, porque esta
senda limonada me ha permitido someterme a un entrenamiento constante que me
proporciona fortaleza para enfrentar con templanza el mal rato. ¡Ojo! No quiere
decir esto que no haya nada que me quiebre, sólo que tengo un músculo emocional
desarrollado. En ese contexto quiero darte tres consejos en esta crisis en
medio de la crisis:
2. Mantén tus convicciones. En tiempos de guerra los límites
se vuelven borrosos. Es fácil ceder a hacer cosas incorrectas o
inapropiadas cuando nos vemos en aprietos. Pero, no olvides que todo lo
que hacemos deja una huella, y todo tiene consecuencias. En el calor del
momento, por el impulso de lo colectivo o simplemente porque crees que te
puedes salir con la tuya haces algo que contradice tu código, y aunque lo
justifiques, no habrá excusas que te excluyan de los resultados de tus
acciones.
3. Recuerda que todo es pasajero. Estos malos ratos van a
pasar. Quizá tengan que venir peores ratos antes de que pasen, pero no
serán para siempre. No hay mal que dure cien años, no todo es una
desgracia y no hay motivos para creer que las cosas van a salir mal. Aún
en medio de las cosas malas, florecen otras buenas. La Segunda Guerra
Mundial fue el escenario perfecto para los avances tecnológicos que
gozamos hoy día, eso para darte un ejemplo.
Así que, si como
yo, estás feo pa’ la foto, no dejes de esperar lo mejor. Asume la mejor actitud
ante esto, porque no tiene caso amargarte. El limón de esta crisis se suaviza
con el papelón del optimismo. Yo particularmente he decidido no dejar que mis
emociones y voluntad estén dominadas por los factores externos, sino que mi
Ingrediente Secreto ha sido la clave para terminar cada día airosa, confiada en
que todo obrará para bien.