Crecí en un pueblito al este del Estado Aragua llamado
Turmero. Como todo pueblo, su plaza constituye un centro de encuentro,
recreación y mecanismo de dilapidación del erario público del alcalde de turno. Hace años viví la traumática
experiencia de ver cómo la destruyeron y la convirtieron en lo que es hoy. En
el noroeste de esa plaza había un banco de concreto de unos 30 metros de
longitud aproximadamente, lo llamábamos “la yuca”. No sé por qué, pero ese era
su nombre. La yuca fue testigo e instrumento de muchos de mis juegos en la
plaza. Pero uno de estos alcaldes consideró que ya era tiempo de “renovar” y
quitaron el banco.
Hace unos días se celebró el aniversario de fundación de mi
pueblito. Recordaba mis muchas aventuras: caminar luego de la semana santa sin
resbalarte, buscar a la pereza, alimentar a las ardillas y palomas, subir y
bajar los escalones del Concejo Municipal, hacer equilibrio sobre la yuca (este
banco era ovalado) y muchas cosas más. Por un momento me sentí triste y molesta
a la vez. Ya no podría enseñarle nada de
eso a mis hijos. La plaza fue deforestada, el banco destruido y las elegantes columnas de
chaguaramos pintadas de un horrendo color. Cosas que uno espera, y que no
sucederán. Como cuando piensas que vas a
la playa y terminas en la montaña.
Cuando supe el diagnóstico de mi hija Ella yo me imaginé lo
peor. Sólo pensaba en la cantidad de cosas que no iba a ver, que ella no sería
capaz de hacer. En mi recortada visión de las cosas, me enfrasqué en el hecho
que las personas con discapacidad no pueden ser felices. ¡Qué equivocada estaba!
Yo sólo pensaba en que la yuca ya no estaba, pero es que aunque ninguna plaza será
como esa otra vez para mi, habrán otras plazas, otros sitios para jugar y otras
cosas que recordar. Por esa razón, a veces más que pasar la página, hay que
cambiar el libro; hablo de diseñar otro plan, y adaptarnos a una nueva
alternativa.
Esto es aplicable en todos los aspectos de la vida. Mi papá
no logró verme recibir mi título universitario, entregarme en el altar o
conocer a sus nietos. Todo esto me entristece. Pero, mi mamá ha sido testigo de
esto y más. Hay páginas que no debemos leer más. Si bien quedará el dolor de la
pérdida: un empleo, una relación, un familiar, una posibilidad que se esfumó,
Ella me ha enseñado que la vida especial puede ser más sencilla, más liviana y
mejor, a medida que entendemos que esas cosas que no controlamos y que suceden,
pueden ser un instrumento para llevarnos a un destino distinto que podría
marcar un punto sin retorno para bien.
Es muy posible que si Ella hubiese nacido unas horas antes,
no hubiese sufrido ninguna lesión cerebral. Muy seguramente fuese una niña
típica, y nos hubiésemos ahorrado muchísimos sufrimientos. Pero en lugar de
quedarme leyendo esa página, he decidido cerrar ese libro y leer el que me
toca: el de una aventura cotidiana, cargada de sorpresas y retos diarios,
impregnada de una motivación al logro y admiración inagotable hacia lo que una
niñita con “limitaciones” es capaz de hacer. Allí está el papelón de mi
limonada.
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