¿Recuerdas esa comiquita en la que un hombre halla una rana
talentosa, con una voz de tenor y
excelentes habilidades para el baile? Podrás también recordar que cuando el
hombre arma el espectáculo, la muérgana no hace nada. Nos pasa con nuestros
hijos especiales. Los vemos hacer algún avance en cierto momento y cuando vamos
a tomar la foto, grabar el video o mostrarlo a los demás, no hay manera de
hacerlo. El chamo, simplemente no lo hace. En este momento te estás riendo
conmigo y recordando todos los momentos que ha sucedido. Porque es que ha
pasado muchas veces.
Hace unas semanas tuvimos la bendición de conseguir unos
camarones en 2.500 Bs el kilo. Pues, tomé una porción para un arroz especial
que iba a preparar. Y lo preparé. Pero cuando le serví el arroz a mi esposo: no
se veían los camarones. Sin embargo, no tomó trabajo que me creyera, porque
aunque los camarones no eran visibles, el arroz sí sabía a camarón. La
evidencia era el sabor. Y bueno, quizá ya te fastidien mis temas gastronómicos,
pero no dejo de asociar esas cosas con mi realidad particular. Ella está
cansada de “hacerme quedar mal” ante otros. Si eres de mi gremio, me comprendes
perfectamente.
Hubo un día en que me cansé. Es decir, decidí dejar de
intentarlo. ¿Intentar qué? Probar lo que Ella hacía o no hacía. Todavía a los 5
años me consigo terapeutas que me dicen: “tiene que mejorar el control
cefálico”. Es que con toda la experiencia que tienen, no terminan de entender
que estos ángeles nuestros tienen tanta o más voluntad que un niño típico, y en
ciertos momentos y ciertos contextos, no les da la gana de colaborar o “probar”
un carrizo. La esencia de esto es que no están interesados en impresionar.
Ellos son quienes son, y ya. Por cierto, mi hija ha empezado a sentarse sin
apoyo posterior, usando sólo sus brazos y lo hace muy bien. No tienes que ser
terapeuta para entender que para hacer eso, la cabeza no puede guindarte.
Y bueno, hasta allí la discusión ontogenética. No quiero hablar de ranas, o hijos que nos
dejan mal parados. El meollo de mi porción de guarapo de hoy tiene que ver con
el hecho de no darnos mala vida con las cosas que sabemos que están, aunque no
todos puedan verlas. Y es que más que las destrezas que nuestros hijos puedan
desarrollar, nosotros como padres también tenemos nuestros camarones
invisibles. Son cosas que no son del todo tangibles, pero que están. El camarón
de la sensibilidad, el camarón de la comprensión, el camarón de la preocupación
por el bienestar del otro, el camarón del agradecimiento por las cosas pequeñas
y muchos otros que no cabrían en esta cuartilla.
Estas cosas no se ven como un rasgo físico, o una prenda que
llevemos puesta. Son marcas del alma.
Cuando otros se acercan pueden sentir el olor a comida del mar. Esta mafia de
paternidad especial te tatúa la mente, y no puedes ser nunca más el mismo. Hace
unas semanas conversé con un papá que me dijo: “No cambio a mi hijo por nada”.
No puedo estar más de acuerdo. Los padres especiales fuimos premiados con un pedacito de cielo en la casa. Es difícil expresar con palabras lo que la vida
nos ha enseñado en este transitar atípico. Pero te puedo asegurar, aunque los
camarones no se vean, allí están.