viernes, 9 de diciembre de 2016

Cambiar el Libro




Crecí en un pueblito al este del Estado Aragua llamado Turmero. Como todo pueblo, su plaza constituye un centro de encuentro, recreación y mecanismo de dilapidación del erario público del alcalde de turno. Hace años viví la traumática experiencia de ver cómo la destruyeron y la convirtieron en lo que es hoy. En el noroeste de esa plaza había un banco de concreto de unos 30 metros de longitud aproximadamente, lo llamábamos “la yuca”. No sé por qué, pero ese era su nombre. La yuca fue testigo e instrumento de muchos de mis juegos en la plaza. Pero uno de estos alcaldes consideró que ya era tiempo de “renovar” y quitaron el banco.


Hace unos días se celebró el aniversario de fundación de mi pueblito. Recordaba mis muchas aventuras: caminar luego de la semana santa sin resbalarte, buscar a la pereza, alimentar a las ardillas y palomas, subir y bajar los escalones del Concejo Municipal, hacer equilibrio sobre la yuca (este banco era ovalado) y muchas cosas más. Por un momento me sentí triste y molesta a la vez. Ya no podría enseñarle  nada de eso a mis hijos. La plaza fue deforestada, el  banco destruido y las elegantes columnas de chaguaramos pintadas de un horrendo color. Cosas que uno espera, y que no sucederán.  Como cuando piensas que vas a la playa y terminas en la montaña.


Cuando supe el diagnóstico de mi hija Ella yo me imaginé lo peor. Sólo pensaba en la cantidad de cosas que no iba a ver, que ella no sería capaz de hacer. En mi recortada visión de las cosas, me enfrasqué en el hecho que las personas con discapacidad no pueden ser felices. ¡Qué equivocada estaba! Yo sólo pensaba en que la yuca ya no estaba, pero es que aunque ninguna plaza será como esa otra vez para mi, habrán otras plazas, otros sitios para jugar y otras cosas que recordar. Por esa razón, a veces más que pasar la página, hay que cambiar el libro; hablo de diseñar otro plan, y adaptarnos a una nueva alternativa.



Esto es aplicable en todos los aspectos de la vida. Mi papá no logró verme recibir mi título universitario, entregarme en el altar o conocer a sus nietos. Todo esto me entristece. Pero, mi mamá ha sido testigo de esto y más. Hay páginas que no debemos leer más. Si bien quedará el dolor de la pérdida: un empleo, una relación, un familiar, una posibilidad que se esfumó, Ella me ha enseñado que la vida especial puede ser más sencilla, más liviana y mejor, a medida que entendemos que esas cosas que no controlamos y que suceden, pueden ser un instrumento para llevarnos a un destino distinto que podría marcar un punto sin retorno para bien.


Es muy posible que si Ella hubiese nacido unas horas antes, no hubiese sufrido ninguna lesión cerebral. Muy seguramente fuese una niña típica, y nos hubiésemos ahorrado muchísimos sufrimientos. Pero en lugar de quedarme leyendo esa página, he decidido cerrar ese libro y leer el que me toca: el de una aventura cotidiana, cargada de sorpresas y retos diarios, impregnada de una motivación al logro y admiración inagotable hacia lo que una niñita con “limitaciones” es capaz de hacer. Allí está el papelón de mi limonada.