Este es el mes en el
que cumple años mi nena. Lo tomaré para compartir algunas cosas que surgieron
por estos días los años anteriores. Este escrito lo compartí el año pasado en
mi muro de Facebook. Lo he reeditado para publicarlo nuevamente, esta vez por aquí.
Espero que les guste.
En el verano de 2004 (cabe destacar que me refiero al
período académico, no a la estación climática) tuve la dicha de ver Currículo
con la profesora Frida Richter. Me encantó la experiencia. Aprendí más de
filosofía, psicología y gerencia en esas 10 semanas que en los 3 semestres que
ya había estudiado con materias de esas áreas. Una de las enseñanzas más
valiosas que obtuve fue un principio de vida. Ella nos dijo que nunca sería
excusa “no me lo dijeron”; insistía en que debía haber en nosotros la curiosidad
para conseguir la información cuando había un genuino interés.
Sin embargo, me pasó. Mucho de lo que padece hoy Ella es
producto de lo que los doctores no me dijeron. Ellos no me dijeron que Edén
tuvo sufrimiento fetal al nacer, que era una niña de alto riesgo por tener bajo
peso, que la succión deprimida era reflejo de algún daño cerebral, y que por
esa y otras razones, ella debía ser vista por varios especialistas. Eso me tocó
aprenderlo ante las circunstancias que me abrumaron y desde luego, me incentivaron
a interesarme.
Después de visitar especialistas y pasar por las traumáticas
consultas con diagnósticos desagradables, éstos no me dijeron que entraría a
una escuela de cocteles de paciencia con sorpresas. No me dijeron que los niños
especiales no son diferentes por sus limitaciones, sino por la increíble
capacidad interna que tienen para luchar contra ellas. Tampoco me dijeron que
tener un hijo especial es una prueba de fuego para un matrimonio: o lo
cohesiona más, o lo quema. En nuestro caso, ha pasado lo primero, gracias a
Dios; aunque no niego que ha pegado calor de vez en cuando.
Nunca fui informada sobre las transformaciones que sufrirían
mis perspectivas de las cosas. Además, no tuvieron la decencia de comentarme
que cuando hay una Ella en medio de la familia, todos ponen de lado sus
diferencias e intereses personales para interesarse en su bienestar. Se les
olvidó contarme que todos los logros son motivos para festejar, y estos no se
jerarquizan: la ingesta completa de la comida, la realización correcta de un
ejercicio, una palabra nueva, la respuesta ante un comando, la superación de
una aversión, la desaparición de la epilepsia, la disminución del calibre de
los cristales de los lentes, o incluso un pañal sucio después de varios días de
estreñimiento.
Nadie me dijo que en este difícil camino es posible ser
feliz, porque los que creemos en Cristo sabemos que las aflicciones terrenales
no son comparables con la Gloria que Él ha de manifestar. Adicionalmente a eso,
no me dijeron que los padres de los niños especiales no vemos a nuestros hijos
con una escala de lo que hacen o no hacen, los vemos y amamos por lo que son:
nuestros hijos; y allí tanto “nuestros” como “hijos” tienen un peso individual
y en conjunto.
No me dijeron que sería capaz de albergar en mi corazón un
profundo amor que día a día se expande. No me dijeron que vería en mi hija la
esencia del amor del Padre: un Amor “porque sí”. No me dijeron que aún en medio
de días grises, mi Ella iba a iluminarme con su usual sonrisa. No me dijeron
que podía sentirme orgullosa de una hija con discapacidad, porque
lastimosamente en esta sociedad, se nos enseña que eso es un motivo para sentir
vergüenza. Tampoco me dijeron que cuatro años después de su nacimiento
celebraría agradecida por cada meta alcanzada, por pequeña que parezca; y que
contrario a lo que muchos dicen, agradecer por lo pequeño no es sinónimo de
conformismo, es ser verdaderamente agradecido. Y el agradecimiento es el mejor
antídoto contra el desaliento (eso sí me lo dijeron hace tiempo).
A pesar de que no me dijeron un montón de cosas, las he
aprendido y atesorado. Y sigo aprendiendo.
A casi cinco años de tu llegada a nosotros, hija, te quiero
decir que te amo. Eres mi regalo, mi emisaria de la paz en medio de toda esta
locura, mi jardín deleitoso y perfecto, mi niña tierna. Creo en un Dios
Poderoso que puede seguir haciendo su milagro en ti, y creo en la inmensa
capacidad que tienes para trabajar por ese milagro.
Te amo, hija. No es un cliché, es genuino cuando te digo que
estoy convencida que es un privilegio ser tu mamá. Gracias por enseñarme a
hacer papelón con limón.
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