Soy una persona de temperamento colérico. Los coléricos
somos líderes natos, orientados al logro y controladores. Aparte de eso, soy
mujer. Además, soy metódica: hago listas, cronogramas, cuadros, esquemas, vivo
pendiente del calendario y la hora. Todo eso es una espada de doble filo. En
muchas ocasiones me favorece, en otras, esos aspectos se confabulan en mi contra,
y…bueno, me perjudican, y perjudico a otros. Siempre busco ser honesta contigo,
porque este no es un espacio para decirte: “Mi vida es perfecta, búscate una
igual y verás qué bien te irá”. Estoy en una constante lucha en las que a
veces, las cosas que están fuera de mi control me hagan salir de control, valga
la redundancia.
Hace algunos días enfrenté una crisis de salud con Ella.
Impresionantemente me mantuve en la línea de cordura, y aunque el asunto era
aparentemente serio, decidí no volverme loca, dar mis pasos certeros y mantener
mi mente alineada a un pensamiento al que recurro en muchas ocasiones: Esto
también pasará. Lo que he aprendido acerca de las reacciones humanas es que
están regidas por los pensamientos. Y te digo algo, en mi mente y corazón está
la plena convicción que Dios está al control de la vida de mi hija, que Él la ama y que ni un cabello de
su cabeza caerá sin su aprobación. No quiere decir eso que no me preocupe en
ocasiones, pero he desarrollado la capacidad para ensordecer temores que a
diario gritan a mis oídos.
Es que empecé a entender que las cosas salen de mi control
con Ella. ¿Qué más incontrolable que una crisis convulsiva? Mi hija pasaba
épocas en las que el sueño se le trastornaba por completo, de manera que la
noche era el día y el día también era el día, inapetencia, reflujo,
estreñimiento, fobias extrañas, llantos a los que no se le hallan causa, etc.
Eso es entrenamiento, mi pana. Pero eso no quiere decir que siempre gano. Eso
sólo significa que ya hay cosas que no me alteran, así que simplemente le doy
la vuelta y pa’ lante. Sin embargo, no siempre ocurre así. Hay días que mis
hijos no se llevan la cuota de mi descontrol, pero sí mi esposo, o la cajera
del supermercado, o la operadora del Banco X que llama cobrándole a alguien que
ya no vive aquí (a pesar de haber dicho miles de veces que se mudó). Esto es
una guerra, y se gana de batalla en batalla.
Te voy a decir qué es lo más importante de esto: llegar al
punto en el que entendamos que alterarse por cosas que están fuera de nuestro
control es tan inútil como echarle aceite al agua de la pasta, no cambia los
resultados. Después de eso, toca la ardua tarea de darle aplicación universal.
En ese proceso ando yo, como te acabo de comentar. Mientras tanto, continúo
esforzándome para logarlo. No se me hace siempre fácil. Pero entiendo que si
quiero que el mundo sea mejor para Ella y su hermanito, la primera en ser mejor
debo ser yo. La labor más pelúa de esta vida limonada es echarle papelón, y
quiero que recuerdes que en eso no estás solo. Somos un club.
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